TRIBUNA

¿Es la izquierda más intelectual y la derecha menos culta?

La historia y la realidad política demuestran que en ambos espectros ideológicos han existido tanto grandes intelectuales como figuras que han basado su discurso en dogmas, eslóganes y emociones más que en el pensamiento crítico.

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La afirmación atribuida a Mary Shelley, según la cual para ser de izquierdas hay que leer mucho y para ser de derechas basta con estar orgulloso de la propia ignorancia, es una visión extremadamente radical que simplifica en exceso la complejidad del pensamiento político. Pero no está de más reflexionar al respecto habida cuenta de la consigna que generación tras generación va transmitiendo la idea de que el nivel cultural de los militantes de izquierdas es superior al de los de derechas.

Por un lado, es cierto que el estudio y la lectura fomentan el pensamiento crítico, y también que muchas corrientes de izquierda han hecho hincapié en la necesidad de un análisis profundo de la realidad social, económica y política, basándose en teorías filosóficas y económicas desarrolladas por autores como Marx, Engels o Keynes

También es un hecho innegable que, en ciertos sectores de la derecha más populista, se ha promovido un rechazo a la intelectualidad y a la “élite del conocimiento”, dando prioridad a valores ancestrales vinculados a la tradición y apelando a las emociones más que a los datos o al análisis racional. 

Sin embargo, esta visión no deja de tan simplista como sectaria, pues ignora la existencia de grandes pensadores de derecha como Hayek, Burke o Scruton, quienes pese a haber desarrollado modelos teóricos sólidos y fundamentados, son casi del todo desconocidos si se comparan con los ideólogos de la izquierda

Del mismo modo, se descalifica de manera absoluta a cualquier persona de derechas al asociarla con la ignorancia, lo que no solo es falaz, sino también impide un verdadero debate de ideas y refuerza la polarización política. 

Además, deberíamos considerar que la ignorancia no es un patrimonio exclusivo de una ideología, pues tanto en la derecha como en la izquierda existen individuos que defienden posturas sin una base intelectual sólida, dejándose llevar por consignas y discursos emocionales en lugar de argumentos razonados. 

Es por ello que la antípoda a esta afirmación de Mary Shelley podría perfectamente formularla un militante de derechas exaltando su propia visión al decir diciendo algo así como: 

“Para ser de derechas hay que comprender la realidad con sensatez y pragmatismo, mientras que para ser de izquierdas basta con repetir consignas utópicas sin conexión con la vida real.” 

Esta versión contraria reflejaría el mismo sesgo ideológico de Shelley, presentando a la derecha como la ideología del sentido común y a la izquierda como un refugio de idealistas ingenuos. 

O sea, al final, ambas afirmaciones no son más que dos caricaturas simplistas de la realidad que en lugar de fomentar el diálogo, refuerzan estereotipos y dividen aún más a la sociedad.

La historia y la realidad política demuestran que en ambos espectros ideológicos han existido tanto grandes intelectuales como figuras que han basado su discurso en dogmas, eslóganes y emociones más que en el pensamiento crítico.

Tal vez el problema de este lugar común radique en la tendencia a estereotipar y descalificar al adversario en lugar de comprender la complejidad de cada postura. La idea de que la izquierda es sinónimo de cultura e inteligencia, mientras que la derecha se asocia con el fanatismo y la falta de profundidad ideológica, es una simplificación que no resiste un análisis serio. 

La izquierda, aunque en muchas ocasiones ha promovido el análisis académico y el debate filosófico, no está exenta de corrientes simplistas que reducen la política a consignas emocionales o posiciones intransigentes que rechazan cualquier disidencia como si fuera una traición moral. Movimientos que defienden ideas progresistas pueden, en ciertos casos, caer en el dogmatismo, descalificando cualquier opinión contraria sin siquiera analizar sus fundamentos. La militancia ideológica a veces sustituye al pensamiento crítico, y el rechazo a ciertas ideas se convierte en una cuestión de identidad más que de argumentación racional.

Por otro lado, la derecha no es un bloque homogéneo basado en el rechazo a la cultura o en una falta de sustrato ideológico. Existen corrientes de pensamiento conservador, liberal o nacionalista que han desarrollado marcos teóricos bien estructurados y que han sido defendidos por intelectuales de gran calado. Figuras como Edmund Burke, Friedrich Hayek o Roger Scruton han elaborado visiones filosóficas profundas sobre la sociedad, la economía y la política, basadas en el análisis histórico y en la tradición filosófica occidental. La derecha también ha defendido principios como el orden, la libertad individual y la responsabilidad personal con argumentos que, aunque discutibles para algunos, tienen un fundamento intelectual sólido.

El problema radica en la tendencia a estereotipar y descalificar al adversario en lugar de comprender la complejidad de cada postura. 

Tanto la izquierda como la derecha pueden ser espacios de reflexión profunda o de dogmatismo ciego, dependiendo de cómo se aborden los problemas y de la disposición de sus seguidores a cuestionar sus propias creencias. La cultura y la inteligencia no son patrimonio exclusivo de ninguna ideología, sino de la actitud con la que se enfrentan las ideas, el conocimiento y el debate.

Dejo constancia de que quién escribe esta reflexión jamás ha votado a la derecha, no milita en ningún partido político, se considera progresista y que mi única intención al escribir este artículo ha sido aportar un ápice de esfuerzo (reconozco que utópico) que derribe la barrera que alimenta el conflicto e impide el entendimiento entre derechas e izquierdas.