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viernes. 13.06.2025
BUENOS AIRES | WALTER C. MEDINA

Que le pregunten a Laurita

"ĀæQuĆ© le vas a pedir a los Reyes Magos?ā€. La respuesta de Laurita fue tan contundente que se trasformó en el titular de muchos medios de comunicación.

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Barrio de la Recoleta, en Buenos Aires. (Foto: Walter C. Medina.

Hace trece aƱos, en medio de la crisis económica mĆ”s grave que hasta el momento ha sufrido la Argentina, un periodista entrevistó a una niƱa de una de las provincias mĆ”s castigadas por el hambre que asolaba al paĆ­s, cobrĆ”ndose unas cuantas vidas. Era Ć©poca de fiestas navideƱas, tal vez por ello el reportero inició aquella nota -televisada en directo- con una pregunta que quizĆ”s Ć©l, su equipo, la producción o quien coƱo haya decidido, consideró acorde a las circunstancias ĀæQuĆ© le vas a pedir a los Reyes Magos?ā€. La respuesta de Laurita -tal como la niƱa se habĆ­a presentado- fue tan contundente que, sin restar importancia a las siguientes, se trasformó inmediatamente en el titular de ese y otros medios de comunicación. ā€œUna nena de 9 aƱos pide a los Reyes Magos comida. Para ella y para su hermanitoā€.

Recuerdo el salto del primer plano a otro abierto en el que, a su lado y tomĆ”ndola de la mano, aparecĆ­a ese hermanito que no llegarĆ­a ni a los cuatro aƱos. ā€œLaurita pide comida para ella y para su hermanitoā€, repitió como un loro el periodista, mirando a la cĆ”mara y acomodĆ”ndose la corbata.

Aquellas eran las fiestas de la desesperanza. Resultaba grotesco el adorno navideƱo, algĆŗn viejo Noel colgando de un tejado, las lucecitas intermitentes y las tarjetas musicales. Cualquier indicio del espĆ­ritu navideƱo parecĆ­a una macabra burla, como si el mismĆ­simo Santa Claus se bajase los pantalones y cagase sobre el suelo argentino, mĆ”s de lo que podrĆ­an cagar sus propios renos. ĀæQuiĆ©n podĆ­a pensar en pan dulce cuando en las provincias mĆ”s abandonadas del paĆ­s lo Ćŗnico que almorzaban la mayorĆ­a de los niƱos eran sus propios mocos? Únicamente un miserable de la talla de un polĆ­tico podĆ­a levantar una copa en aquellas infames fiestas. Aquellos eran los oscuros dĆ­as que la gran estafa cometida contra los ciudadanos dejaba ver sus consecuencias mĆ”s nefastas; el ruin resultado se manifestaba en esos famĆ©licos niƱos que una cĆ”mara de televisión del paĆ­s ā€œgranero del mundoā€ registraba por primera vez. En los hospitales las cifras de muerte por desnutrición aumentaban semana tras semana; los noticieros enseƱaban hordas de personas rebuscando en los cubos de basura, mientras que el humo de los neumĆ”ticos incinerados en seƱal de protesta, teƱƭa de negro el cielo de las principales ciudades. Era el apocalipsis argentino. Saqueos a supermercados, muertos, heridos y un presidente huyendo en helicóptero desde la azotea misma de la Casa de Gobierno. Finalmente el ā€œque se vayan todosā€, largamente clamado por el pueblo, se habĆ­a cumplido. La deuda que dejaban era ya impagable y mucho mĆ”s cuantiosa que la externa. La deuda era con todos y cada uno de los argentinos que habĆ­an pasado hambre mientras veĆ­an cómo pasaban los gobiernos; era la deuda inmoral que cada uno de los responsables de la polĆ­tica nacional tenĆ­a con la gente a la que se le habĆ­a pedido paciencia, como si el hambre fuese una cuestión de paciencia. ā€œEstamos trabajando para el puebloā€, rezaban los slogans partidistas, mientras al menos la mitad de ese pueblo se alimentaba de la basura que arrojaban las grandes firmas norteamericanas de comida rĆ”pida.

ā€œComida para mĆ­ y para mi hermanitoā€, habĆ­a respondido Laurita, quizĆ”s con la esperanza de que realmente existiesen los Reyes Magos.

Ese mismo dĆ­a el zapping televisivo me detuvo en un canal espaƱol que emitĆ­a desde un centro comercial que anunciaba su apertura las 24 horas hasta el 6 de enero. ā€œPues quĆ© bien, quĆ© bienā€, decĆ­a la reportera mientras la cĆ”mara hacĆ­a foco en los entusiastas clientes que se adelantaban a comprar regalos. ā€œMi niƱa ha pedido una nueva play y un ordenador portĆ”tilā€, anunciaba sonriente una madre en las puertas de El Corte InglĆ©s. ā€œComida para mĆ­ y para mi hermanitoā€, resonaba en mi cabeza una y otra vez. ā€œUna play y un ordenadorā€, repetĆ­a la madre de las grandes tiendas.

En su libro ā€œEl hambreā€, el escritor argentino MartĆ­n Caparrós asegura que ā€œla forma mĆ”s brutal, mĆ”s violenta y mĆ”s intolerable de la desigualdad, es el hambreā€. Si a esta infame consecuencia de un sistema mal parido le adosamos la doble criminalidad que representa el enriquecimiento de todos y cada uno de los hijos de puta que gobiernan un paĆ­s de 40 millones de personas que produce alimentos para 300 millones, entonces estamos hablando de crĆ­menes de Estado, de homicidios en primer grado. Y no se trata simplemente de una ā€œmala gestiónā€, tal como algunos pretenden maquillar a estos asesinatos, sino que estamos hablando de delitos de lesa humanidad, asesinato, violaciones de derechos fundamentales, maltrato, humillación y tortura cometido por un presidente elegido democrĆ”ticamente. ā€œEl pueblo tambiĆ©n es responsable porque lo votĆ³ā€, observarĆ” algĆŗn lector aficionado a encontrarle la quinta pata al gato. Sin embargo no lo creo tan asĆ­, porque lo que un pueblo vota no es necesariamente a tal o cual mesĆ­as que parece iluminado para conducir un paĆ­s. No es porque tenga o no bigotes que un tipo seduce a la ciudadanĆ­a. E incluso a veces ni siquiera es por ideologĆ­a. Es por el programa electoral: una lista de acciones que dicho individuo emprenderĆ” -si es que logra ser elegido- y que tienen como finalidad el bien comĆŗn de la gente. Un programa que se convertirĆ” –si es que asĆ­ lo decide la mayorĆ­a- en un contrato con el pueblo, en la firma del prĆ©stamo de una empresa cuyos socios y beneficiaros son los ciudadanos, incluso aquellos que no le dieron el voto al ganador. El primer delito es incumplir el contrato. Las consecuencias de esto, lo que podrĆ­a considerarse como daƱo colateral, es el mayor de los crĆ­menes. Y si no que se lo pregunten a Laurita

Que le pregunten a Laurita