<img height="1" width="1" style="display:none" src="https://www.facebook.com/tr?id=621166132074194&amp;ev=PageView&amp;noscript=1">
sábado. 14.06.2025
CINE

‘Cónclave’, más allá de la fumata blanca: poder, fe y ambición

Cónclave me ha parecido un buen film mientras hoy el Vaticano vuelve a estar en el centro del mundo, y muchos buscan señales de esperanza.

Necesitamos tu ayuda para seguir informando
Colabora con Nuevatribuna

 

No soy cinéfilo, ni mucho menos me siento capacitado para escribir una crítica cinematográfica. Sin embargo, esta mañana de desayuno sabatino de cara al mar, he sentido la necesidad de poner en orden algunas de mis impresiones tras ver ayer una película que me ha dejado en un estado de reflexión latente. El óbito del papa Francisco y la conmoción que esta noticia está provocando en todo el planeta, como suele suceder cada vez que muere un pontífice, me impulsaron ayer a visionar un film que tenía anotado en la lista de películas pendientes. Se trata de Cónclave un thriller psicológico dirigido Peter Straughan basado en la novela homónima de Robert Harris publicada en 2016, una ficción que pone al descubierto los entresijos de ese pequeño Estado que hoy atrae tantas miradas y tanta expectativa.

Anticiparé de entrada que el Cónclave es la reunión que celebra el Colegio Cardenalicio de la Iglesia Católica para elegir a un nuevo papa tras la muerte del romano pontífice que hasta entonces ejercía el cargo de soberano de Estado de la Ciudad del Vaticano. Sin ánimo de hacer spoiler quisiera dejar constancia de que la película objeto de esta reseña no es precisamente un canto a la fe sino más bien una ventana abierta a la parte más sombría de la condición humana, concretamente esa que se oculta tras túnicas y ritos solemnes. 

La esperanza no vendrá de lo que se vote para elegir al sucesor del Papa Francisco I, sino de otro lugar más profundo y menos visible: el corazón humano

En la película se deja constancia, sin ambages ni concesiones, a un Vaticano donde el poder se maneja como se haría en cualquier otra sede de potestad terrenal: con intrigas, ambiciones, pactos secretos y también miedos no reconocidos y disfrazados de obediencia. Cada voto que los Cardenales depositan en la urna habilitada a tal efecto en la Capilla Sixtina, es depositado no como un acto espiritual sino como un movimiento muy calculado en una partida de ajedrez. Mientras tanto, el humo blanco tan cargado de significado para los fieles que aguardan la elección del nuevo pontífice, no es aquí más que la señal de que, tras muchas maniobras, se ha consensuado un nombre que, no necesariamente tiene que ser el más digno.

En el film, Ralph Fiennes, en su papel del cardenal Lawrence, transmite con inquietante sutileza esa doblez de quien, mientras predica humildad, negocia su propio ascenso. Su silencio pesa más que sus palabras, y sus miradas, a veces huidizas, otras desafiantes, dejan entrever el coste real de aspirar al trono de Pedro y también que no está solo en esa lucha, pues a su alrededor, el resto de los cardenales exhiben sus propias miserias —corrupción, hijos ilegítimos, ambiciones inconfesables— desmintiendo cualquier apariencia de pureza.

La película no se detiene en el rigor histórico. Y me alegró que así fuera, pues lo esencial no es la precisión de los hechos sino el retrato implacable de una institución que habla de Dios mientras libra una guerra de poder entre hombres mortales. Las escenas, envueltas en penumbra, con oraciones que resuenan más como lamentos que como alabanzas, transmiten esa tensión soterrada, esa sensación de que bajo las mitras laten corazones humanos, vulnerables al miedo, al deseo, a la vanidad y sobre todo a la ambición del poder.

Mientras remuevo el segundo café de esta mañana y el mar sigue ahí, sereno, he pensado que Cónclave no es solo una historia sobre el Vaticano sino una historia sobre todos nosotros. Sobre cómo incluso quienes se visten con los ropajes de la santidad pueden acabar cediendo a las mismas debilidades que cualquier otro ser humano. Y también sobre cómo, quizá, la verdadera batalla no se libra entre buenos y malos, sino dentro de cada uno, entre la fe que cada cual cree profesar y las tentaciones que, una y otra vez, arrastran a actuar al margen de ella.

En resumidas cuentas, Cónclave me ha parecido un buen film mientras hoy el Vaticano vuelve a estar en el centro del mundo, y muchos buscan señales de esperanza. Por mi parte, después de ver ayer la película, llego a la conclusión de que la esperanza —la verdadera— no vendrá de lo que se vote para elegir al sucesor del Papa Francisco I, sino de otro lugar más profundo y menos visible: el corazón humano, si es que alguna vez es capaz de vencer sus propias sombras.

‘Cónclave’, más allá de la fumata blanca: poder, fe y ambición