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Jaime Polo | @lovacaine
A medida que las luces del Festival de Cine Europeo de Sevilla se apagaron hace unos días, quedé impregnado, el eco de unas historias en las que no dejo de pensar. Esta 21ª edición no solo celebró el cine europeo, sino que lo convirtió en un lugar de encuentro entre el alma y la pantalla, entre las emociones crudas y las narrativas que danzan entre lo íntimo y lo universal.
El Giraldillo de Oro a And Their Children After Them parece más que merecido: es un testamento lírico al peso de las raíces y al ansia de escapar de ellas, un canto a los veranos que marcan la juventud y a las cicatrices que arrastramos después. Los gemelos Ludovic y Zoran Boukherma han tejido una obra llena de sensibilidad y verdad, y Paul Kircher, con su fragilidad luminosa, nos regala una interpretación que parece destinada a trascender generaciones.
Pero no puedo dejar de pensar en el pequeño gato de Flow, la joya animada de Gints Zilbalodis, navegando entre las aguas de una inundación que se siente tan real como metafórica. Sin palabras, pero lleno de significado, el film resuena con una pureza que pocas veces he experimentado. El film se fue a casa con 3 estatuillas y se quedó corto.
Y luego está The Girl with the Needle, un film que se clavó bajo mi piel con su estética hipnótica, sus sombras afiladas y su narrativa de terror elegante. Trine Dyrholm y Magnus von Horn nos llevan a un tiempo y lugar donde el blanco y negro no solo es un estilo visual, sino una declaración de intenciones. Es cine que se siente como un susurro helado y una mirada penetrante al mismo tiempo.
El Festival no es solo su palmarés, claro está. Sevilla misma es parte del espectáculo, con su cielo otoñal, sus calles vivas de historia y esa sensación de que, al salir de una proyección, la ciudad te espera para prolongar la magia. Cada conversación en los márgenes, cada pausa en una terraza, cada reencuentro en los pasillos del teatro, contribuyó a que esta experiencia fuera tan íntima como expansiva.
La ciudad y el festival han demostrado que el cine es de las cosas más bonitas que tenemos en nuestro país. Es un espacio donde las historias se entrelazan con nuestras propias vivencias, donde los silencios de un gato en alta mar o las sombras de una Copenhague gótica nos hablan de lo que significa ser humano, con nuestras luces y nuestras grietas.
Al final, no hay mejor destino para el cine que ese: convertirse en parte de nosotros.
Gracias Sevilla.