CINE

'Rider': pedalear contra todo

Foto Filmaffinity.
Una noche, una bici y una ciudad: el retrato honesto de una joven repartidora.

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Joan Segovia | @JoanRohan

Ignacio Estaregui regresa con una propuesta sobria, ajustada y precisa. Rider no se presenta como una película que aspire a la grandilocuencia, sino que apuesta por una tensión contenida y una mirada humanista a través de un dispositivo narrativo simple pero efectivo: seguir a una repartidora durante una noche cualquiera en la ciudad, en tiempo real, sin pausas, sin adornos innecesarios. La apuesta por esta estructura, lejos de volverse un truco formal, se traduce en una herramienta al servicio del relato, que obliga al espectador a mantenerse pegado al ritmo interno del personaje, a su respiración, a su ansiedad.

Fio, interpretada con aplomo por Mariela Martínez, es una joven colombiana que reparte en bicicleta mientras se prepara para un examen de máster. La precariedad de su día a día se convierte en el terreno desde el que se articula todo el conflicto de la película. La pérdida de la bici, una entrega ilegal, una compañera de piso que la necesita, llamadas constantes que la acorralan emocionalmente... Rider se construye a partir de pequeñas decisiones encadenadas, sin necesidad de forzar giros de guion o situaciones fuera de lugar. Cada obstáculo que aparece se siente creíble, cada dificultad parece surgida de una realidad urbana y social reconocible.

El trabajo de Mariela Martínez es uno de los puntos más sólidos del film

El trabajo de Martínez es uno de los puntos más sólidos del film. Lejos de sobreactuar o de subrayar las emociones, su actuación transmite el agotamiento físico y emocional de Fio con naturalidad, sin aspavientos. Se mueve por la ciudad cargando la mochila, la culpa, el cansancio y sus compromisos personales. Y todo eso se percibe en sus silencios, en su mirada alerta, en su forma de negociar con la ciudad y con los demás personajes que aparecen durante su trayecto. Victoria Santos, como Bernie, un papel más secundario, pero fundamental, aporta el contrapunto necesario y contribuye a desarrollar una tensión emocional que atraviesa toda la película.

En el apartado visual, Rider saca buen provecho del escenario nocturno urbano. Sin recurrir a una fotografía de postal o a planos para lucirse, la cámara opta por la proximidad: se mueve junto a la bici, se mueve con ella, comparte su velocidad. Esta cercanía refuerza el vínculo con la protagonista y permite que incluso los trayectos más rutinarios ganen espesor dramático.

El acierto más claro del guion es su capacidad para incorporar el contexto social de Fio sin hacerlo explícito ni subrayado. La película no interrumpe la acción para denunciar nada, pero deja ver claramente las condiciones materiales que atraviesan la vida de la protagonista: la vulnerabilidad laboral, la presión económica, la dificultad para acceder a una vivienda digna, el racismo latente, incluso entre conocidos. Todos estos elementos aparecen en forma de obstáculos reales, concretos, sin necesidad de discursos añadidos.

Además, Rider evita, dentro de lo posible por el contexto de su protagonista, caer en el miserabilismo o en la victimización. Fio no es un símbolo ni una víctima ejemplar: es una persona joven, con contradicciones, con momentos de cansancio, con ganas de tirar la toalla y también con impulsos de afecto y lealtad. Es en esa humanidad donde la película encuentra su lugar.

Rider encuentra su lugar en el cine social contemporáneo, sin pretensiones artificiales

El ritmo narrativo es otro de los elementos bien gestionados por Estaregui. La estructura en tiempo real obliga a una escritura concisa, sin rellenos. La tensión no viene de un gran misterio ni de una amenaza inminente, sino del cúmulo de pequeñas urgencias que se van solapando. En estos casos, la película suele volverse repetitiva o dispersa, pero aquí todo parece colocado con mesura: los diálogos, las pausas, los encuentros. La duración ajustada de poco más de setenta minutos también juega a favor. Lejos de alargar innecesariamente la noche de Fio, la película concluye en el momento justo, cuando ya hemos atravesado con ella un recorrido que no cambia el mundo, pero que le deja huella.

Ignacio Estaregui dirige con discreción, sin buscar imponer una firma autoral demasiado visible. Su estilo apuesta por la observación, por el respeto a los tiempos del personaje y por una puesta en escena contenida. Ese gesto también se agradece: Rider no necesita demostrar nada, no compite con sus contemporáneas por ser la más vistosa, ni la más ingeniosa. Se permite ser pequeña, directa, efectiva.

Rider encuentra su lugar en el cine social contemporáneo, sin pretensiones artificiales. Narra desde la calle, se apoya en una actuación sólida y en una construcción narrativa coherente, sin artificios raros ni extrañas coincidencias, y consigue reflejar con honestidad las tensiones que atraviesan la vida de una joven migrante en la gran ciudad. No intenta solucionar nada ni dar respuestas, pero sí deja claro que detrás de cada mochila de reparto hay historias que merecen ser contadas con respeto y atención.