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Carlos Valades | @carlosvalades

Esquilo, el primer gran innovador del teatro griego al introducir dos personajes en escena reduciendo el peso de coro y favoreciendo el diálogo. El guerrero que combatió en las batallas de Maratón y Salamina donde presenció la muerte de su hermano. El poeta trágico que según cuenta la leyenda murió cuando un águila arrojó desde el cielo a una tortuga y el caparazón le cayó en la cabeza cumpliéndose la profecía del oráculo de Delfos que decía que moriría aplastado por una casa. Esquilo, cuyas vivencias pusieron a las musas de su lado para escribir más de ochenta piezas dramáticas. De esas, solo siete han llegado a nuestros días. La única trilogía que se conserva es Orestíada y después de casi 2.500 años desde su primera representación llega a la sala Juan de la Cruz del teatro de la Abadía con la dirección de Ernesto Caballero y la dramaturgia de Karina Garantivá.
La obra comienza con la señal de un fuego que anuncia que la guerra de Troya ha terminado después de diez años. Agamenón vuelve triunfante tras su victoria. En este tiempo, su mujer Clitemnestra le está siendo infiel con su primo Egisto y además le guarda un odio eterno a su marido por haber asesinado a la hija de ambos, Ifigenia, para garantizar que sus navíos pudieran partir hacia Troya y asegurar la buena ventura en la guerra. Agamenón regresa con una concubina troyana, Casandra, que tiene el don de la adivinación, pero la maldición de que nadie la creerá. Clitemnestra recibe y agasaja a su marido y mientras este se da un baño le mata vengando a su hija. Orestes, hijo de Agamenón y de Clitemnestra, vuelve a Micenas y se reencuentra con su hermana Electra. Ambos deciden vengar la muerte de su padre. Orestes mata a su madre cerrando el círculo sangriento. Es entonces cuando se produce el juicio al matricida por parte de los dioses.
Los actores salen a escena y calientan voces y cuerpo mientras el público llena la sala. Vemos como se maquillan y se peinan delante de espejos en un camerino improvisado. Hablan, pero ya lo hacen como los personajes hasta que comienza la función.
Marta Poveda es la encargada de interpretar a Clitemnestra, el personaje que tiene los monólogos más poderosos de toda la trilogía. La actriz es capaz de expresar con su voz rasgada y su enorme expresividad todo el dolor y la rabia de quien pierde a una hija. Pero es en el papel de la periodista sentada entre el público donde realmente saca todo el potencial a esta nueva reinterpretación del clásico de Esquilo, tomando la palabra de todas esas mujeres que siempre son las que más pierden en las guerras, la de Troya o todas las que le siguen, reivindicando justicia para el asesinato y violación de todas esas madres dolientes, víctimas en cualquier conflicto.
Olivia Baglivi se multiplica en escena interpretando a Ifigenia, Casandra, Electra y Atenea. Es quizás con el personaje de Casandra donde alcanza sus mejores registros, especialmente en la escena con Clitemnestra. Olivia mira al infinito y gesticula mientras intuye el negro futuro que se cierne sobre los Atreos.
Gabriel Garbisu, con una dicción impecable, interpreta al rey Agamenón y al juez que se encarga de juzgar a Orestes. Con gran sutileza es capaz de contagiar la emoción por el sacrificio de su hija y por el sinsentido de las guerras.
Nicolás Illoro interpreta a un Orestes confundido, fiestero y vengativo. Baila, llora, grita e implora el perdón de los dioses en el juicio mostrando su polivalencia actoral.
Alberto Fonseca se desdobla en Egisto y en el dios Apolo completando este espléndido elenco.
Me parece un acierto la música de Bastián Iglesias, también conocido como AFKAR. Impregna toda la función de una atmósfera inquietante, resaltando cada parlamento o facilitando las transiciones entre escenas. Un maestro del Theremín.
Ernesto Caballero y Karina Garantivá firman una revisión en clave feminista de este clásico atemporal
Ernesto Caballero y Karina Garantivá firman una revisión en clave feminista de este clásico atemporal, una nueva mirada al concepto de justicia en el que las mujeres eran consideradas como meros receptáculos y los hijos pertenecían a los hombres. Unas furias que se transforman en la voz sistemáticamente silenciada de todas las madres y esposas que siempre son las damnificadas en los conflictos y que reclaman un veredicto justo que las redima de tanto agravio.
Y como en las representaciones que se hacían en Grecia, este tipo de tragedias busca la transformación del espectador a través de la catarsis producida por el terror y la compasión, una empatía que dirigentes como Elon Musk consideran que es la debilidad de occidente. Uno iba al teatro a emocionarse, a contemplar la catástrofe y a purificarse. Y este montaje lo consigue.
Esquilo dijo “por el dolor y el sufrimiento, a la comprensión” (páthei máthos), y en esas estamos.