
A estas alturas, ante los insólitos resultados de la presión eclesiÔstica sobre el Estado, es menester recordar cómo se renovó el Concordato con el Vaticano de 1953 en los Acuerdos con la Santa Sede de 1979, que son uno de los legados mÔs pesados de la Transición.
Como efecto del Concilio Vaticano II (1962-1965), y siguiendo tambiĆ©n la presión de la Iglesia de base, mĆ”s sensible a las reclamaciones ciudadanas, en la etapa tardĆa de la dictadura una parte de la Curia se fue distanciando del rĆ©gimen franquista. El llamado caso AƱoveros, o las declaraciones del abad EscarrĆ© o de monseƱor Cirarda, son ejemplos de los desencuentros de una parte de la jerarquĆa con el Gobierno, de modo, que tras la muerte del dictador en 1975, el sector eclesiĆ”stico mĆ”s influido por el espĆritu reformista del Concilio encabezado por el cardenal Tarancón, apoyó la reforma de la dictadura con el deseo de favorecer la reconciliación entre espaƱoles. Aunque tan loable propósito no evitaba la secreta intención de conservar en el nuevo rĆ©gimen los privilegios de la Iglesia en el antiguo.
Con una conducta muy similar a la del rey HassĆ”n II de Marruecos, que, aprovechando la situación de debilidad por la que atravesaba el Gobierno espaƱol, con Franco agonizando, organizó la multitudinaria marcha verde para invadir el territorio del Sahara bajo istración espaƱola, la Curia aprovechó las mismas circunstancias y con idĆ©ntico oportunismo hizo una sigilosa marcha pĆŗrpura negociando clandestinamente unos acuerdos con el Gobierno de Unión de Centro DemocrĆ”tico, mientras se elaboraba y se sometĆa a refrendo popular la Constitución, en la que tienen difĆcil cabida.
El ministro de Asuntos Exteriores, Marcelino Oreja, miembro de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, y el secretario de Estado del Vaticano, monseƱor Jean Villot, firmaron, el dĆa 3 de enero de 1979, en Roma, los Acuerdos entre EspaƱa y la Santa Sede, que reemplazaban al Concordato de 1953, establecido con el rĆ©gimen de Franco.
La firma en esa fecha fue la escenificación pĆŗblica de una negociación iniciada en 1976 y concretada en secreto, mientras se discutĆa y aprobaba la Carta Magna, pues cuesta creer que, en el plazo que transcurre entre la publicación y entrada en vigor de la Constitución, el 29 de diciembre de 1978, y el dĆa 3 de enero de 1979, en que se firman los Acuerdos, el cardenal Villot y Marcelino Oreja pudieran negociar cuatro acuerdos (Asuntos JurĆdicos, EnseƱanza y Asuntos Culturales, Asistencia Religiosa y Asuntos Económicos) y varios anexos, con mĆ”s de un centenar de puntillosas disposiciones que recogen de manera pormenorizada las aspiraciones eclesiĆ”sticas.
En tanto que gobierno provisional desde el momento en que se aprobó la Ley de Reforma PolĆtica en el referĆ©ndum de 1976, la legitimidad del Gobierno de SuĆ”rez para llegar a tal pacto con un Estado extranjero era mĆ”s que dudosa. Y por la influencia que los Acuerdos iban a ejercer sobre la sociedad espaƱola -ese era el comĆŗn objetivo de los negociadores-, hubiera sido necesario un referĆ©ndum que los ratificase. Que, como en el caso de la restauración de la monarquĆa, no se produjo.
De aquel insólito compromiso surgió un equilibrio precario entre la Iglesia y el Estado. En el futuro, la Iglesia perderĆa privilegios polĆticos que tuvo en la dictadura, pero conservarĆa otros, como reservarse el magisterio moral, no directamente institucional, pues el Estado ya no era confesional, pero no por ello menos efectivo sobre ciudadanos y gobiernos, financiarse en buena parte con fondos pĆŗblicos, obtener apoyo estatal para conservar el patrimonio histórico y artĆstico, retener a los ciudadanos bautizados en un privado censo istrativo, dada la dificultad de darse de baja en Ć©l (apostatar), realizar actividades doctrinales, comerciales y sociales (enseƱanza en todos los grados, beneficencia, edición, catequesis y radiodifusión), prestar servicios por cuenta del Estado (en cuarteles, cĆ”rceles, hospitales) y disfrutar de un rĆ©gimen de exención de impuestos, propio de un paraĆso fiscal. AsĆ quedó reemplazada antigua la alianza del sable y el altar por la mĆ”s moderna alianza del mercado y el altar. Y a ella seguimos amarrados.