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lunes. 09.06.2025
TRIBUNA GEOPOLÍTICA

Donald Trump: vulgaridad y trilerismo en La Casa Blanca

Donald Trump no ha vuelto transformado en alguien mejor, sino en un ente amplificado en sus imperfecciones con quien la grosería ha conseguido encontrar un mullido asiento en el Despacho Oval disfrazada de franqueza; el autoritarismo, de firmeza; y la patología, de estilo.

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Donald Trump, en su segundo mandato presidencial, ha confirmado lo que muchos temían y otros se negaban a itir: su retorno al poder no ha traído consigo una evolución ni una maduración política, sino una profundización en los mismos tics de vulgaridad, prepotencia y desdén que marcaron su primer paso por la Casa Blanca. Esta vez, sin la presión de una reelección futura y con un entorno aún más dócil y alineado con su voluntad, el expresidente, convertido nuevamente en presidente, ejerce el poder con una mezcla inquietante de soberbia desbordada, desprecio institucional y una conducta que no solo desafía la lógica política, sino también aporta manifestaciones clínicas cuya interpretación es fácil de encontrar en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales que en psiquiatría se conoce con la abreviatura de DSM-5.

Su forma de ser y de estar no se trata de una forma dura de liderazgo, sino de un perfil clínicamente disfuncional que, en el ejercicio del poder, se convierte en un riesgo estructural

Desde sus declaraciones altisonantes —como la reciente afirmación de que "Estos países nos están llamando. Me están besando el culo. Se mueren por llegar a un acuerdo"— sus decisiones erráticas en política económica, particularmente en lo que respecta al manejo de los aranceles, Trump actúa como el trilero político que es: mueve las manos, distrae con gritos, promete lo imposible y oculta las consecuencias bajo la copa equivocada. Un mago de engañar al personal quien, con el pretexto de proteger los intereses estadounidenses, ha reinstaurado una política arancelaria caótica, plagada de improvisaciones, revanchismos comerciales y amenazas vacías que sólo aumentan la incertidumbre global. Así, mientras asegura que "todo el mundo gana" con sus medidas, los mercados tiemblan, los aliados se desconciertan y los consumidores estadounidenses pagan el precio.

Pero más allá de las decisiones económicas, lo verdaderamente alarmante es el singular estilo con que se conduce el protagonista de estas reflexiones. Trump es un bulldozer que no disimula su desprecio por las formas institucionales, interrumpe reuniones diplomáticas con exabruptos, desacredita públicamente a sus propios asesores, y sigue utilizando las redes sociales como un púlpito de insultos, amenazas y automagnificación. La diplomacia, en su visión, no es un arte, sino un combate, y el adversario, incluso cuando es aliado, un ser carente de valor que debe ser doblegado y humillado.

La diplomacia, en su visión, no es un arte, sino un combate, y el adversario, incluso cuando es aliado, un ser carente de valor que debe ser doblegado y humillado

Es por ello que este comportamiento no debe entenderse únicamente desde el análisis político, pues con la prudencia que impone la distancia diagnóstica, desde la óptica psiquiátrica Trump presenta patrones de comportamiento propios de un trastorno narcisista de la personalidad, acentuado con rasgos antisociales. Su incapacidad para empatizar, su tendencia a mentir sin reparo, la falta de remordimiento, su necesidad constante de ser irado, y su estilo agresivo de interacción coinciden con descripciones clínicas bien establecidas en el DSM-5 antes mencionado son síntomas mas que evidentes en el actual inquilino de La Casa Blanca. Su forma de ser y de estar no se trata de una forma dura de liderazgo, sino de un perfil clínicamente disfuncional que, en el ejercicio del poder, se convierte en un riesgo estructural. Y puedo asegurar al lector que sé muy bien de lo que hablo.

Por todo ello las consecuencias no son solo internas. Así, mientras los votantes que lo apoyaron en su regreso al poder comienzan a mostrar signos de arrepentimiento —ante el aumento de precios, el aislamiento internacional y las tensiones sociales crecientes—, las manifestaciones en su contra resurgen con fuerza en las principales ciudades del país. Ya no son solo jóvenes o progresistas quienes se muestran críticos, pues empresarios, agricultores, educadores, y hasta antiguos republicanos se están sumando a una protesta que va más allá de la política y se convierte en una denuncia moral ante una forma de gobernar que insulta la inteligencia, degrada las instituciones y amenaza la estabilidad.

En este segundo mandato, Donald Trump no ha vuelto transformado en alguien mejor, sino en un ente amplificado en sus imperfecciones con quien la grosería ha conseguido encontrar un mullido asiento en el Despacho Oval disfrazada de franqueza; el autoritarismo, de firmeza; y la patología, de estilo. 

El verdadero desafío ya no es político, sino clínico y muy preocupante, y probablemente el tiempo dará fe de ello.

Donald Trump: vulgaridad y trilerismo en La Casa Blanca