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domingo. 08.06.2025

Trump y 'La Fronda' oligárquica

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En la Francia del siglo XVII, se desató una guerra civil en el reino vecino, los bandos en lucha eran los Borbones, un niño y sus tutores, y las grandes familias de aristócratas, La Fronda, enfrente. Estas querían recuperar la libertad señorial, perdida por el auge de las ciudades más prosperas en alianza con la familia reinante. La minoría de edad del nuevo Luis parecía favorecer a los díscolos señores, al final vino Versalles y los venció. En 2020, Joe Biden, viejo caballero imperial de los tiempos gloriosos del hundimiento soviético sufrió su mayor humillación al tener que abandonar Afganistán, dejado de la mano imperial por su antecesor, Donald Trump, poco dado a los juegos de posición y nervioso por una guerra que nunca terminaba. El viejo caballero aparentó reiniciar algo parecido a la tercera vía de Toni Blair, y quiso recuperar el imperio, la OTAN, Europa, Taiwán y el Pacífico. Volvía la geoestrategia del matrimonio Clinton y, con ella, la expansión hacia el este del viejo continente; se cercó al oso ruso con ampliaciones de la Alianza militar que entraron hasta los viejos dominios zaristas. Detrás de Biden, los oligarcas estadounidenses empezaron a ver con desconfianza las regulaciones climáticas; lo más alarmante para ellos era la renuncia del presidente Biden a seguir desestabilizando la Unión Europea, la necesitaba para su expansión hacia el este, era el contenedor económico para las nuevas conquistas políticas. Estos acontecimientos, coincidieron en Europa con las políticas post COVID, con ellas, la Comisión iniciaba un programa progresista que tocaba el punto más sensible del capital tecnológico: el control del oligopolio de los datos, y de la Inteligencia Artificial, amén del rechazo al carbón.

Rusia y Ucrania son el fruto de una cena bien regada de vodka, en la cual los antiguos oligarcas soviéticos se repartieron la URSS

La expansión hacia el este se había cobrado una pieza mayor en 2014. Ucrania es un territorio que combina en sus llanuras los dos nacionalismos el choque entre Roma y Kiev por el Centroeuropa cristiano, Moscú y Varsovia se disputa el Báltico, el Dnieper y el Don. En el siglo XX los extensos campos de cereales han sido frontera bélica y, en su forma actual, Rusia y Ucrania son el fruto de una cena bien regada de vodka, en la cual los antiguos oligarcas soviéticos se repartieron la URSS, bajo la custodia neoliberal de Jeffrey Sachs; en Ucrania la corrupción y las elecciones contestadas han ido en paralelo a las vicisitudes de la Federación de Rusia, con recuerdos de cesiones territoriales de los tiempos soviéticos, que culminaron con el retorno de Ucrania a la madre moscovita, en condiciones dudosas. Cuando la situación llevó a Ucrania a pedir el ingreso en la OTAN, Biden vio la oportunidad de recuperar las alianzas de la guerra fría. La respuesta de Rusia fue traspasar los límites de la legislación internacional, e invadió Ucrania en 2022. En lugar de buscar una salida pacífica, Biden creyó en la posibilidad de hundir a la potencia decadente y calentó la guerra para reforzar la cohesión de la OTAN; de paso, buscó también conseguir un mayor control del consumo europeo de hidrocarburos.

Trump reaparece cómo una opción viable para los oligarcas de Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft

En los países en guerra, los inversores se vuelven prudentes y las cámaras legislativas de EEUU cerraron filas; Rusia tenía que haberse hundido entre 2022 y 2023, pero no pasó. En 2024, Ucrania es un país destruido, pero serán los europeos los que paguen la factura. Con la guerra, las hordas nacionalistas del continente han despertado; las grandes tecnológicas de la electrónica, los datos y la información. Los tiempos de los Clinton han pasado, no hay una política ni un partido que los represente con un mínimo de seguridad, tan bien cómo el informalismo de Trump. La Unión Europea y algunos estados de Norteamérica ven con recelo los algoritmos sociales y de Inteligencia Artificial y quieren regularlos, y las grandes tecnológicas deciden ponerse al frente de la batalla anti reguladora, cómo los Guisa del siglo XVII lo hicieron contra el estado pacificador. En el equipo de Trump hay dos importantes magnates contratistas con el complejo militar del Pentágono, y con los problemas de la Agencia espacial, la NASA, y no parece haber oposición seria en las cámaras legislativas y judicial contra el conflicto de intereses. Cuentan con el favor de los oligarcas de las energías fósiles, que también tienen sus guerras contra los afanes verdes europeos, los impuestos al carbón y las diversas cruzadas ecologistas.

Saben, porque no son tontos, que China aún no puede doblar el brazo americano, a pesar de lo vieja que tiene la piel; la India, por ahora, es un contrapeso para China más que para otras potencias, y los nuevos señores no sueñan con un imperio tradicional. Saben la fuerza militar que tienen si disponen a su favor al presidente de los EEUU. No creen necesitar poder blando, por ahora, porque ellos quieren crear la nueva cultura global. Tampoco quieren arriesgarlo todo por un pedazo de Europa, su imperio es corporativo y se extiende por las cadenas de valor globales: el oligopolio de los datos les proporciona un poder comercial y financiero sin precedentes, y no quieren que otros lo regulen. Los que tienen quieren autorregularse, el capitalismo financiero tiene a la riqueza cómo la fuente de legitimidad.

Lo importante para Trump y sus milmillonarios es regular el mundo de los negocios de acuerdo con su visión del dinero

La nueva riqueza es la inteligencia artificial y todas las posibilidades que abre para el dominio de lo muy pequeño, y quieren acapararla. Saben lo importante que es la circulación del valor para poder acumularlo; y dominan los canales financieros con la informática y la IA, disponen para ello de islas de seguridad financiera, en los paraísos fiscales. No quieren pagar impuestos, por ahora, si fuera necesario lo harían, pero es más importante decirle al mundo quien manda; los paraísos fiscales puede que tengan que desaparecer algún día, pero quieren construir ellos, directamente y sin interferencias sociales los canales del nuevo dinero; inevitablemente el dólar está en decadencia y revitalizarlo es muy caro y poco práctico; los negocios corporativos globales necesitan instrumentos mejor controlados. Ellos creen poder hacerlo con la electrónica, antes que los BRICS lo hagan. Cuentan con Israel para evitar sorpresas en Oriente Medio, y con los señores del petróleo para cortocircuitar alianzas poco amistosas. No quieren un renacer de Rusia, pero tampoco guerras de desgaste. La guerra, si tiene que haberla, debe librarse contra poblaciones sin capacidad de respuesta militar, cómo lo hace Israel en Gaza y Líbano. Lo importante para Trump y sus milmillonarios es regular el mundo de los negocios de acuerdo con su visión del dinero. Creen que los juegos de tronos son cuentos del pasado. Ahora manda el dinero, y en eso confían.

Los Acuerdos de París 2016, las COP climáticas, el G20 post COVID y las Naciones Unidas son cómo Bretton Woods, sueños de que los mercados se pueden regular con legislación. Las corporaciones multinacionales de las tecnologías informáticas aspiran a configurar los mercados desde sus oficinas de mando; posteriormente, vendrán las leyes, éstas crearán instituciones para dar estabilidad a los mercados que ya están configurando sus cadenas de valor.

Ese es el verdadero programa político que se ha dirimido en las elecciones de los EEUU. Trata de cómo se domina Occidente para regular el conjunto del planeta; los temas del clima, el estado del bienestar, o el subdesarrollo son secundarios para ellos, y son muy engorrosos porque molestan a sus aliados de las grandes corporaciones del carbón y sus derivados. Europa, ensimismada, discute cómo se gobierna cada una de las regiones del continente, sin una visión del futuro ni, tras las elecciones de junio 2024, un diagnóstico de los problemas a su cargo. Solo sabemos que tendremos que cargar con la reconstrucción de Ucrania, buscar nuestros proveedores de energía en EEUU y en sus aliados, y construiremos ejércitos sobredimensionados y no funcionales, país por país, para poder seguir bajo el paraguas nuclear del Sr. Trump. Nuestras compras militares harán más fuertes y ricos al complejo militar industrial y a los magnates de las nuevas tecnologías norteamericanos. Porque, no lo duden los lectores, sin una Unión Europea real y democrática, no construiremos una industria militar y tecnológica digna de tal nombre en Europa, ni podremos sostener el bienestar.   

Sin una Unión Europea real y democrática, no construiremos una industria militar y tecnológica digna de tal nombre

Para los oligarcas lo más importante es evitar cualquiera discusión, que pretenda la renegociación de las instituciones básicas sobre las que se asienta el poder del capital: la propiedad, con su alcance y delimitación, y el trabajo, los derechos a que da lugar y los procedimientos de su valoración. Precisamente, la discusión y renegociación que es imprescindible para desatascar la democracia y construir la Unión Europea; porque los europeos no se han vuelto fascistas, pero no creen en una democracia encorsetada por los privilegios de la propiedad capitalista, a los que nadie, por ahora ha querido tocar. Los ciudadanos votarán, cada vez más, contra lo existente y, si alguien lo propone de manera realista, por la satisfacción de sus necesidades tangibles y concretas: vivienda, sanidad, educación y empleo, y por la continuidad financieramente asegurada del Bienestar. Lo más complicado viene cuando todas esas necesidades chocan con la propiedad financiera, del suelo urbano, del conocimiento y sus aplicaciones, y los refugios fiscales. Esos temas componen el programa europeo de los que combaten la guerra y la desigualdad, sobre los cuales podemos construir un nuevo Pacto Social. Todo dependerá de lo rápido que se deterioren el clima bélico y el clima atmosférico, y que llegemos a tiempo.

 

Trump y 'La Fronda' oligárquica