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miƩrcoles. 11.06.2025
EEUU - ISRAEL

Apolo en el Capitolio, Casandra en la Casa Blanca

Juan Antonio Sacaluga | Obama ha cruzado el Rubicón con Netanyahu y ahora cualquier vuelta atrÔs dinamitaría su credibilidad y proyectaría una sombra dañina sobre su legado.

netanyahu-obama

El primer ministro de Israel ha defendido esta semana en Washington su oposición frontal a las negociaciones sobre el programa nuclear de IrÔn, afianzando su confrontación con la istración norteamericana, con el apoyo de la oposición republicana, fortalecida en el Congreso. Netanyahu presentó su oposición al proyecto nuclear de IrÔn como un "combate contra la tiranía", lo que valió a sus exégetas para compararlo con Churchill en su llamada la resistencia frente a los nazis. Tal vez consiguiera lo que buscaba. ¿Pero a qué precio?

EL RUIDO Y LA FURIA

PresentĆ”ndose como defensor a ultranza de la seguridad de su pueblo,  buscaba agrandar su estatura de lĆ­der nacional, en vĆ­speras de unas elecciones, cuando su credibilidad, capacidad y habilidad para serlo estĆ” mĆ”s cuestionada que nunca. Lo estĆ” para sus adversarios, en el centro y en la izquierda; pero tambiĆ©n para sus aliados de la derecha, que desconfĆ­an de su cinismo polĆ­tico, de su propensión al oportunismo y la maniobra, y se creen capaces de apartarlo de la posición predominante entre el electorado conservador o tradicional.

ĀæQuĆ© ha obtenido? Un homenaje ruidoso, pelĆ­n extravagante, un tanto obsceno, viniendo de los patricios de la polĆ­tica norteamericana. MĆ”s allĆ” de las motivaciones partidarias que sin duda las tiene, se entiende el comentario de la congresista demócrata Nancy Pelosi: ā€œNetanyahu ha insultado a la inteligencia de Estados Unidosā€ por sus burdos reproches al esfuerzo de la istración por conseguir un control negociado del proyecto nuclear iranĆ­.

¿El precio? El daño ocasionado a uno de los activos mÔs sólidos, inconmovibles y permanentes de la política exterior norteamericana: el apoyo prÔcticamente incondicional a Israel, por encima de cualquier división política o ideológica. No es extraño que Netanyahu se disculpara por haber creado esa incomodidad tan irritante entre republicanos y demócratas. Sabe que lo ha hecho, que ha sido el causante necesario. Por mucho que, en la tribuna, dejara escapar unas cuantas lÔgrimas de cocodrilo por las fricciones de los últimos meses.

Lo peor para el primer ministro israelí es que, al cabo, todo este estropicio puede volverse dramÔticamente contra él, si, como parece, las negociaciones de Ginebra concluyen de manera satisfactoria y creíble. Y mÔs aún si, pese a todo su empeño teatral, los israelíes ponen por encima de los cantos de sirena y las invocaciones catastróficas, la necesidad de un cambio, de una mayor flexibilidad, de una recuperación de la sensatez en las relaciones con el estado y/o país que ha sido, es y seguirÔ siendo el principal protector de Israel.

LA INCONSISTENCIA DE NETANYAHU

Las negociaciones nucleares con TeherĆ”n pivotan sobre un objetivo cardinal: ya que la infraestructura atómica de IrĆ”n es un hecho, se tratarĆ­a de limitar la dimensión y el desarrollo de las instalaciones y establecer un sistema de control y verificación para impedir que IrĆ”n pueda pasar a la fase de construcción de la bomba en menos de un aƱo. A eso se le llama, en la jerga tĆ©cnica de las negociaciones, el ā€œbreak-outā€.

Obama y sus colaboradores se empeñan en consolidar garantías. Si IrÔn incumpliera el acuerdo, o se negara a prolongarlo cuando termine la vigencia del mismo (se barajan al menos 10 años), Estados Unidos se asegurarÔ de tener tiempo suficiente para detener la producción del arma nuclear ofensiva. Es lo mÔximo que se puede hacer. No es lo ideal, por supuesto, pero no hay mejor alternativa.

La posición de Netanyahu es arriesgada porque estĆ” fundamentada en un farol demasiado grande para esconderlo. Califica el presentido acuerdo como "malo, muy malo", pero su apuesta es pura y simplemente militar. Aunque no lo diga de forma expresa, sus fórmulas son, mutatis mutandis: ā€˜liquidemos las instalaciones nucleares de IrĆ”n’. O, incluso, de forma mĆ”s esquinada y peligrosa: ā€˜forcemos la caĆ­da de los ayatollahs’.

La posición de la istración norteamericana, aunque haya suscitado críticas de algunos escépticos, es compartida por la mayoría de analistas y expertos, participantes o no en algún momento de las negociaciones. Incluso los que dudan del posible acuerdo entre IrÔn, de su voluntad negociadora y mÔs aún de su compromiso por cumplir lo pactado, reiteran que Netanyahu no ofrece una alternativa mÔs creíble (1).

Los Ćŗnicos que han hecho la ola a Netanyahu, los que lo aclaman como un semidiós de la democracia en un entorno regional de tiranĆ­a, guerra y caos, son la gran mayorĆ­a de los republicanos, algunos demócratas (por convicción o por miedo a perder el respaldo del lobby judĆ­o),  Republicano (o la mayorĆ­a de ellos), los agitadores derechistas sin conocimientos de la realidad internacional y, ante todo, los que, por encima de cualquier consideración polĆ­tica o estratĆ©gica, odian a Obama.

EL PULSO DE OBAMA

El Presidente parece haber renunciado a la reconciliación con Netanyahu. Y aunque evita cuidadosamente inmiscuirse en las elecciones israelĆ­es, uno de los principales artĆ­fices de su campaƱa de reelección asesora a una ong israelĆ­ que persigue la derrota del actual primer ministro. En su comentario al discurso de Netanyahu en Capitolio, Obama se mostró suavemente desdeƱoso. Dijo que no lo habĆ­a escuchado porque a esa hora participaba en una video conferencia con lĆ­deres europeos para tratar de Ucrania. Pero afirmó que, segĆŗn un resumen que habĆ­a ā€œojeadoā€, el primer ministro israelĆ­ no habĆ­a dicho ā€œnada nuevoā€ y calificó su presencia en el Congreso como gesto ā€œteatralā€.

DĆ­as antes, su consejera de seguridad nacional, Susan Rice, habĆ­a dejado traslucir la frustración de la Casa Blanca por la conducta de Netanyahu, al definir como ā€œdestructivaā€ la conducta del mandatario israelĆ­. ā€œTemporalmente destructivaā€, matizó luego Obama, en un guiƱo mĆ”s diplomĆ”tico. Ciertamente, un Presidente norteamericano no puede mantener por mucho tiempo la tensión con Israel, o con su principal dirigente, aunque Obama no es el primero que ha tenido que soportar esta situación.

Clinton no escondió sus preferencias por Shimon Peres en las elecciones de 1996, harto de la arrogancia del Netanyahu emergente de entonces en el asunto de la colonización de Cisjordania. Y Bush padre llegó a negarle al entonces lĆ­der derechista, Isaac Shamir, las habituales garantĆ­as de los prĆ©stamos suscritos por Israel, por el mismo motivo. HabrĆ­a mĆ”s ejemplos históricos de desencuentros, pero nunca se habĆ­a llegado tan lejos, ni la disputa en las ā€œrelaciones privilegiadasā€ habĆ­a adquirido un tono tan agrio.

Hay pronósticos para todos los gustos. Pero da la impresión de que Obama ha cruzado el Rubicón con Netanyahu y ahora cualquier vuelta atrĆ”s dinamitarĆ­a su credibilidad y proyectarĆ­a una sombra daƱina sobre su legado. DespuĆ©s de todo, los dos tercios de los norteamericanos favorecen un acuerdo con IrĆ”n, sin apenas distinción entre ciudadanos demócratas y republicanos (66%/61%).

Netanyahu puede haber cometido un grave error de cÔlculo. De poco podría valerle haberse exhibido como Apolo en el Capitolio, donde quizÔs haya obtenido el certificado de autenticidad a sus predicciones catastrofistas sobre un IrÔn nuclearizado, si la Casa Blanca consigue reducirlo a Casandra y convencer a Estados Unidos y al mundo que sus vaticinios son pura invención oportunista o delirio desconectado de la realidad.



(1) THOMAS FRIEDMAN. ā€œWhat Bibi Didn’t Sayā€. NYT, 3 de marzo. Un ex-negociador con IrĆ”n, Ihra Goldenberg, llega incluso a sugerir que Netanhayu podrĆ­a haber aceptado parcialmente el acuerdo, pese a la retórica combativa de su discurso (ā€œA silver lining in the Netanyahu’s thunderous speechā€, firmado por YOCHI DREAZEN, enFOREIGN POLICY, 3 de marzo).

Apolo en el Capitolio, Casandra en la Casa Blanca