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viernes. 13.06.2025
CUERPO DE GUARDIA

Unidad de salud mental

CapitƔn Lagarta | En la escena podemos ver lo que parece un pequeƱo y viejo consultorio mƩdico

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En la escena podemos ver lo que parece un pequeƱo y viejo consultorio mĆ©dico; azulada y muy tenue es la luz que entra por el ventanuco enrejado abierto en la pared de la izquierda; bajo Ć©ste, una camilla con la sĆ”bana blanca muy arrugada y abultada, como ocultando algo. En el medio de la estancia, una mesa vacĆ­a con dos sillas enfrentadas; por su posición central mĆ”s bien parece destinada a interrogatorios que a la prĆ”ctica mĆ©dica. Sobre la mesa no hay mĆ”s que un bolso de mujer. En la pared central vemos una antigua vitrina con cajas de medicamentos, artilugios y cachibaches varios de entre los cuales destacan unos descromados fórceps. GobernĆ”ndolo todo, un retrato del nuevo rey; se nota que es de formato pequeƱo porque estĆ” rodeado de una silueta rectangular de sucia blancura libre de la pĆ”tina que dejó el otro cuadro reciĆ©n removido. Si nos fijamos bien, cosa imposible sin la tecnologĆ­a avanzada que para estos menesteres tienen los tĆ©cnicos del museo del Prado, aĆŗn se aprecia una sombra mayor, la franca sombra negra de otro cuadro que pudo haber habido antes. Bajo el rey, un perchero con una bata blanca colgada. Al fondo y a la derecha, como siempre ha sido y serĆ”, hay una puerta que bien pudiera comunicar con un baƱo, aunque conjuntarĆ­a y pegarĆ­a mĆ”s un arcaico retrete. El sol estĆ” despuntando y todo parece en calma, pero de pronto la sĆ”bana se mueve y se oye el carraspeoso lamento de quien hay debajo. Es Matilde, la doctora; no sabemos por quĆ© ha dormido hoy en la consulta; no sabemos si lo hace habitualmente; no queremos saberlo; no nos importa; cada cual es muy libre; pero aunque tan curioso fenómeno no nos incumba ni cambie la dirección del relato que hoy el capitĆ”n redacta, se antoja detalle totalmente necesario para ilustrar que la doctora, aunque joven, no es una doctora comĆŗn. DejĆ©mosla desperezarse, dejemos que se arregle la ropa, permitamos que se ponga la bata y se calce; serĆ­a obsceno continuar en escena. La sala contigua de espera estĆ” en penumbra y parece vacĆ­a; pero si observamos bien, en la silla del rincón estĆ” camuflado un espectro, Indalecio. Podemos intuir que es paciente habitual y sin verle la cara estamos seguros de que, aunque apagado, mustio y tristón, es buen tipo. No tenemos tiempo a mĆ”s descripciones porque ya se escucha el dulce pero firmeā€œĀ”pase!ā€ de la doctora. ā€œBuenos dĆ­as Indalecio; siĆ©ntese y cuĆ©ntemeā€. ā€œBuenos dĆ­as doctora; verĆ”, no he pegado ojo en toda la noche; aĆŗn me duele al recordarloā€. ā€œĀæQuĆ© le duele Indalecio?ā€. ā€œNo lo sĆ© doctora, esto es lo curioso, sólo sĆ© que me dueleā€. ā€œDisculpe, -la doctora se levanta y empieza a palpar con escrupulosa profesionalidad el cuello de Indalecio- Āæse le forma aquĆ­ en la garganta algo parecido a un nudo?. ā€œShiā€, responde asustado Indalecio. La doctora ocupa de nuevo su silla. El cruel silencio y los ojos de pena que la doctora a su pesar no puede contener, provocan la pregunta de Indalecio: ā€œĀæEs grave, verdad?ā€. ā€œMire, el agarre del dolor en la misma zona del gaznate revela sin duda que su mal es de etiologĆ­a y origen bancario. Tranquilo Indalecio; eso es muy habitual, se trata de una leve crisis HIIPOTECƁTICA; no se preocupe, le pasarĆ” pronto: es dos, o a lo mĆ”s, tres generacionesā€. Indalecio pone cara de no haber entendido, pero se siente confortado por la levedad de un pronóstico tĆ©cnicamente bien avalado por terminologĆ­a diagnóstica que no comprende; Āæpor quĆ© habrĆ­a de entenderla si lo que importa no es acierto o no de la embrollosa vacuidad de la palabrerĆ­a mĆ©dica sino la confianza que Ć©l tiene en la doctora?. Pero su cara dice que hay algo mĆ”s. ā€œBueno doctora, verĆ”, me siento culpable por lo del hambre en el tercer mundo, por la capa de ozono, por gastar mucha agua, por...ā€. La doctora, antes de que Indalecio siga con crudas realidades que podrĆ­an llevarle a ahondar en su natural tristeza, corta con maestrĆ­a torera: ā€œEso tambiĆ©n es normal Indalecio; y tiene buen amaƱo: hĆ”gase socio de la Cruz Roja o, mejor, pruebe a juntar tapones de plĆ”stico y verĆ” que pronto le pasaā€. Antes de que Indalecio pueda asimilar lo que acaba de oĆ­r  -es sabido que las prescripciones no funcionan si se deja mucho tiempo al paciente para encontrar el truco- , Matilde suelta un profesional ā€œĀæQuĆ© mĆ”s?ā€. ā€œVerĆ” doctora, veo que el banco me roba...ā€. Ya le dije que eso pasarĆ” pronto, pero tome -la doctora saca algo del cajón- tome dos tiritas, una para cada ojoā€. Matilde se percata de que ha estado poco fina, podrĆ­a haber hecho una prescripción mĆ”s ambigua, menos directa; el "living is easy with eyes closedā€ de los Beatles habrĆ­a funcionado; o, en cualquier caso, quĆ© obtusa estĆ” hoy, podrĆ­a haber acompaƱado al remedio de las tiritas, para despistar y como adorno, algo de verborrea oftalmológica; pero ahora es tarde, Indalecio se ha puesto serio. Matilde intenta disimular con una mueca su sonrojo, un rubor caliente similar al del ilusionista descubierto cuando alguien del pĆŗblico, seƱalando al forro de su chaqueta, grita ā€œesta ahĆ­ā€, ā€œahĆ­ tiene la palomaā€. Indalecio coge las las tiritas y las mete en el bolsillo de su camisa, junto al tabaco; dicha contingencia provoca que Matilde sienta unas ganas locas de fumar. No se corta: ā€œIndalecio; dĆ©me un pitillo, fumemosā€. ā€œĀæEn la consulta, doctora?ā€. ā€œTranquilo; forma parte de la terapia, fumemos sin ganas y sin culpa, que eso no es fumarā€. Chisqueo de mecheros, cada uno el suyo, no vaya nadie a pensar. ā€œĀæQuĆ© mĆ”s?ā€. ā€œVerĆ” doctora, creo que lo saben todo de mĆ­, que me espĆ­an, que me vigilan con cĆ”maras...ā€. ā€œEso sĆ­ que es leve y muy comĆŗn; un caso de PARANOIA FUNDADA. Hay un remedio muy antiguo pero plenamente alienante: tómese un pelotazo de cazalla por desayuno, dos vermĆŗs antes de comer y un solisombra, bien cargado de sombra, a la noche. La doctora sonrĆ­e; ahora sĆ­ que ha estado bien. ā€œĀæNo me da pastillas?ā€. ā€œNo Indalecio, le harĆ­an mal con el alcohol y ademĆ”s tendrĆ­a usted que pagarlasā€. ā€œDoctora; a menudo me pregunto...ā€. ā€œNo se pregunte nada, ese es precisamente su problema. Mire, aunque lleva demasiados aƱos cortando fiambre, aĆŗn es usted joven; crĆ©ame, hay vida fuera de la charcuterĆ­a; debe usted encontrar sus propios mecanismos de evasión y en tanto no los halle, yo le sugiero que vaya al fĆŗtbol, que vea los documentales de la dos, que escuche los telediarios de la uno o que lea El Principito, pero, NO, por favor, NO se haga mĆ”s preguntas. PodrĆ­a encontrar respuestas. Ande Indalecio, vaya con Dios y dĆ­gale al siguiente que paseā€.

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