
En la escena podemos ver lo que parece un pequeƱo y viejo consultorio mĆ©dico; azulada y muy tenue es la luz que entra por el ventanuco enrejado abierto en la pared de la izquierda; bajo Ć©ste, una camilla con la sĆ”bana blanca muy arrugada y abultada, como ocultando algo. En el medio de la estancia, una mesa vacĆa con dos sillas enfrentadas; por su posición central mĆ”s bien parece destinada a interrogatorios que a la prĆ”ctica mĆ©dica. Sobre la mesa no hay mĆ”s que un bolso de mujer. En la pared central vemos una antigua vitrina con cajas de medicamentos, artilugios y cachibaches varios de entre los cuales destacan unos descromados fórceps. GobernĆ”ndolo todo, un retrato del nuevo rey; se nota que es de formato pequeƱo porque estĆ” rodeado de una silueta rectangular de sucia blancura libre de la pĆ”tina que dejó el otro cuadro reciĆ©n removido. Si nos fijamos bien, cosa imposible sin la tecnologĆa avanzada que para estos menesteres tienen los tĆ©cnicos del museo del Prado, aĆŗn se aprecia una sombra mayor, la franca sombra negra de otro cuadro que pudo haber habido antes. Bajo el rey, un perchero con una bata blanca colgada. Al fondo y a la derecha, como siempre ha sido y serĆ”, hay una puerta que bien pudiera comunicar con un baƱo, aunque conjuntarĆa y pegarĆa mĆ”s un arcaico retrete. El sol estĆ” despuntando y todo parece en calma, pero de pronto la sĆ”bana se mueve y se oye el carraspeoso lamento de quien hay debajo. Es Matilde, la doctora; no sabemos por quĆ© ha dormido hoy en la consulta; no sabemos si lo hace habitualmente; no queremos saberlo; no nos importa; cada cual es muy libre; pero aunque tan curioso fenómeno no nos incumba ni cambie la dirección del relato que hoy el capitĆ”n redacta, se antoja detalle totalmente necesario para ilustrar que la doctora, aunque joven, no es una doctora comĆŗn. DejĆ©mosla desperezarse, dejemos que se arregle la ropa, permitamos que se ponga la bata y se calce; serĆa obsceno continuar en escena. La sala contigua de espera estĆ” en penumbra y parece vacĆa; pero si observamos bien, en la silla del rincón estĆ” camuflado un espectro, Indalecio. Podemos intuir que es paciente habitual y sin verle la cara estamos seguros de que, aunque apagado, mustio y tristón, es buen tipo. No tenemos tiempo a mĆ”s descripciones porque ya se escucha el dulce pero firmeāĀ”pase!ā de la doctora. āBuenos dĆas Indalecio; siĆ©ntese y cuĆ©ntemeā. āBuenos dĆas doctora; verĆ”, no he pegado ojo en toda la noche; aĆŗn me duele al recordarloā. āĀæQuĆ© le duele Indalecio?ā. āNo lo sĆ© doctora, esto es lo curioso, sólo sĆ© que me dueleā. āDisculpe, -la doctora se levanta y empieza a palpar con escrupulosa profesionalidad el cuello de Indalecio- Āæse le forma aquĆ en la garganta algo parecido a un nudo?. āShiā, responde asustado Indalecio. La doctora ocupa de nuevo su silla. El cruel silencio y los ojos de pena que la doctora a su pesar no puede contener, provocan la pregunta de Indalecio: āĀæEs grave, verdad?ā. āMire, el agarre del dolor en la misma zona del gaznate revela sin duda que su mal es de etiologĆa y origen bancario. Tranquilo Indalecio; eso es muy habitual, se trata de una leve crisis HIIPOTECĆTICA; no se preocupe, le pasarĆ” pronto: es dos, o a lo mĆ”s, tres generacionesā. Indalecio pone cara de no haber entendido, pero se siente confortado por la levedad de un pronóstico tĆ©cnicamente bien avalado por terminologĆa diagnóstica que no comprende; Āæpor quĆ© habrĆa de entenderla si lo que importa no es acierto o no de la embrollosa vacuidad de la palabrerĆa mĆ©dica sino la confianza que Ć©l tiene en la doctora?. Pero su cara dice que hay algo mĆ”s. āBueno doctora, verĆ”, me siento culpable por lo del hambre en el tercer mundo, por la capa de ozono, por gastar mucha agua, por...ā. La doctora, antes de que Indalecio siga con crudas realidades que podrĆan llevarle a ahondar en su natural tristeza, corta con maestrĆa torera: āEso tambiĆ©n es normal Indalecio; y tiene buen amaƱo: hĆ”gase socio de la Cruz Roja o, mejor, pruebe a juntar tapones de plĆ”stico y verĆ” que pronto le pasaā. Antes de que Indalecio pueda asimilar lo que acaba de oĆr -es sabido que las prescripciones no funcionan si se deja mucho tiempo al paciente para encontrar el truco- , Matilde suelta un profesional āĀæQuĆ© mĆ”s?ā. āVerĆ” doctora, veo que el banco me roba...ā. Ya le dije que eso pasarĆ” pronto, pero tome -la doctora saca algo del cajón- tome dos tiritas, una para cada ojoā. Matilde se percata de que ha estado poco fina, podrĆa haber hecho una prescripción mĆ”s ambigua, menos directa; el "living is easy with eyes closedā de los Beatles habrĆa funcionado; o, en cualquier caso, quĆ© obtusa estĆ” hoy, podrĆa haber acompaƱado al remedio de las tiritas, para despistar y como adorno, algo de verborrea oftalmológica; pero ahora es tarde, Indalecio se ha puesto serio. Matilde intenta disimular con una mueca su sonrojo, un rubor caliente similar al del ilusionista descubierto cuando alguien del pĆŗblico, seƱalando al forro de su chaqueta, grita āesta ahĆā, āahĆ tiene la palomaā. Indalecio coge las las tiritas y las mete en el bolsillo de su camisa, junto al tabaco; dicha contingencia provoca que Matilde sienta unas ganas locas de fumar. No se corta: āIndalecio; dĆ©me un pitillo, fumemosā. āĀæEn la consulta, doctora?ā. āTranquilo; forma parte de la terapia, fumemos sin ganas y sin culpa, que eso no es fumarā. Chisqueo de mecheros, cada uno el suyo, no vaya nadie a pensar. āĀæQuĆ© mĆ”s?ā. āVerĆ” doctora, creo que lo saben todo de mĆ, que me espĆan, que me vigilan con cĆ”maras...ā. āEso sĆ que es leve y muy comĆŗn; un caso de PARANOIA FUNDADA. Hay un remedio muy antiguo pero plenamente alienante: tómese un pelotazo de cazalla por desayuno, dos vermĆŗs antes de comer y un solisombra, bien cargado de sombra, a la noche. La doctora sonrĆe; ahora sĆ que ha estado bien. āĀæNo me da pastillas?ā. āNo Indalecio, le harĆan mal con el alcohol y ademĆ”s tendrĆa usted que pagarlasā. āDoctora; a menudo me pregunto...ā. āNo se pregunte nada, ese es precisamente su problema. Mire, aunque lleva demasiados aƱos cortando fiambre, aĆŗn es usted joven; crĆ©ame, hay vida fuera de la charcuterĆa; debe usted encontrar sus propios mecanismos de evasión y en tanto no los halle, yo le sugiero que vaya al fĆŗtbol, que vea los documentales de la dos, que escuche los telediarios de la uno o que lea El Principito, pero, NO, por favor, NO se haga mĆ”s preguntas. PodrĆa encontrar respuestas. Ande Indalecio, vaya con Dios y dĆgale al siguiente que paseā.