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Se ha utilizado e impuesto en los últimos tiempos el término de memoria histórica, lo cual me parece inapropiado. Ya que se unen dos conceptos diferentes, la memoria y la historia, ambas tienen como objeto el pasado, pero su interés por ese pasado es muy distinto, como veremos más adelante. Por ello, en esta España nuestra sería más adecuado usar el término memoria democrática, y todavía más, añadiría un epíteto el de antifascista. En definitiva, memoria democrática antifascista.
Quien mejor ha distinguido memoria e historia ha sido Manuel Reyes Mate. Expongo algunas ideas suyas, que conceptualizan y deslindan claramente el significado de Historia y de la Memoria. Tales ideas están sacadas de una conferencia que impartió, titulada "Memoria histórica y ética de las víctimas" en las XI Jornadas de Pensamiento Crítico, celebradas en Madrid en de diciembre de 2015). (Página Abierta, 242, enero-febrero de 2016).
Sería más adecuado usar el término memoria democrática, y todavía más, añadiría un epíteto el de antifascista. En definitiva, memoria democrática antifascista
Nos dice Reyes Mate:
"La memoria es una mirada sobre el pasado, pero no todas las miradas sobre el pasado son éticas; por ejemplo, la historia mira al pasado pero no pretende más que conocer, mantiene una intención absolutamente cognitiva. La memoria, sin embargo, es una lectura moral del pasado, no solo quiere contar hechos, sino que busca el sentido de ellos, el sentido que tiene que tener el pasado para nosotros.
Los historiadores hablan del pasado y el pasado interesa a la historia y a la memoria, pero los historiadores tienen su propia idea de la memoria y resulta bastante difícil hablar con ellos sobre la memoria. El historiador asevera que la lectura rigurosa del pasado es cosa de la historia y que esta se atiene a los hechos y quiere conocer objetivamente lo que ocurrió. De tal manera que hasta el siglo XIX se mantuvo –muchos historiadores todavía se lo creen– que la historia es una ciencia. Y estos historiadores afirman que la memoria, sin embargo, es la vivencia subjetiva del pasado. Es lo que cada cual se lleva de él, y eso es muy subjetivo, es un sentimiento no un conocimiento, algo privado y no público.
Ética y memoria van de la mano. La memoria es la lectura moral del pasado. La historia tiene todo el derecho a decir que no quiere hacer un juicio moral sobre el pasado, que solo quiere conocerlo, es su derecho. Como es un derecho de la memoria hacer una lectura moral del pasado. Esa lectura moral del pasado está guiada por la búsqueda de la verdad y la justicia. Es deber de memoria, repensar todo a la luz de la experiencia de barbarie para evitar que se repita y también para, de alguna manera, hacer justicia a las víctimas del pasado. Las víctimas son la parte oculta u ocultada de la realidad, porque víctimas ha habido siempre,, pero las hemos declarado durante mucho tiempo insignificantes, carentes de significación; era el precio del progreso. Y lo que entraña la memoria de las víctimas es hacerla significante, es reconocer que no son el precio de la historia, sino que la historia se ha construido sobre su sufrimiento”.
Relataré algunas recientes acciones de memoria democrática antifascista en esta España nuestra, que nunca serán suficientes. Y las que llegan tarde.
1ª) Tal como describe la página de la Editorial Astiberri, editorial de libros infantil y juvenil.
El 14 de septiembre de 1940, 532 días después del final de la Guerra Civil española, José Celda fue fusilado por el régimen franquista junto a otros 11 hombres en la tapia trasera del cementerio de Paterna, en Valencia, y enterrado con ellos en una fosa común. Más de siete décadas después, y tras una larga travesía por el lado oscuro de un país acomplejado por su pasado, Pepica, la hija de José, una anciana ya octogenaria que tenía 8 años cuando mataron a su padre, logró por fin localizar y recuperar sus restos para restaurar su dignidad.
En la batalla personal de Pepica Celda contra el olvido fue decisivo el papel de Leoncio Badía, un joven republicano que había sido condenado tiempo atrás a trabajar como sepulturero en el cementerio de su pueblo. Jugándose el pellejo, Leoncio, un hombre obsesionado con el sentido de la vida y el orden del universo, había colaborado durante años y en secreto con las viudas de los represaliados de la guerra para identificar sus cadáveres, darles sepultura de la forma más digna posible, localizar sus fosas y ocultar mensajes entre sus restos, convencido de que algún día alguien podría sacarlos de allí.
Paco Roca viaja al pasado con El abismo del olvido para recuperar junto a Rodrigo Terrasa (que desempeña una importante labor de documentación y de aportación de ideas) la historia real de Leoncio y de José, ejemplo de las decenas de miles de españoles que fueron represaliados de forma salvaje tras el final del conflicto en España. Pero también acompaña a Pepica Celda en su desgarrador laberinto que intenta desentrañar las miserias de un país obsesionado con despreciar su memoria.

La Asociación de Críticos y Divulgadores de Cómic de España (ACDComic) concedió el galardón a Mejor Obra Nacional (2023) a la publicación El abismo del olvido de los citados Paco Roda y Rodrigo Terrasa.
2ª) Tal como describe la página ARTEINFORMADO. Espacio iberoamericano de arte.
Una ruina en el suelo; una brecha en la historia.
El pasado 2 de marzo MEMORIA inauguró un segundo espacio en Carabanchel con la instalación "RUINA", de Eugenio Merino. MEMORIA da la bienvenida a su primer proyecto con el artista Eugenio Merino (tras más de 10 años sin exponer individualmente en la capital), tomando como excusa la ruina, el contexto industrial y obrero del barrio de Carabanchel se convierte en el contexto perfecto para un yacimiento arqueológico que los espectadores podrán pisar, como metáfora de quienes siguen bajo tierra. La exposición se centra en el cuerpo desaparecido del poeta y dramaturgo Federico García Lorca, una de las figuras más representativas de la literatura del siglo XX. El proyecto, que está comisariado por Alejandro de Villota, director y fundador de Memoria, cuenta con un texto crítico de la historiadora del arte Semíramis González. En palabras de Alejandro de Villota, “Merino, con su imaginación radical y transgresora, vuelve a tensar la frágil historicidad de España así como el trauma compartido por la Guerra Civil. 200 metros cuadrados de incómoda arena acompañan al poeta granadino, de cuerpo presente, y nos sumergen en una figura y contexto que terminan por desubjetivizarse. Lorca inmerso en un eterno presueño en el que, para algunos, todavía se encontraría España. La instalación de una única y simbólica pieza, desata de manera contundente y descontrolada el bestiario de quienes vigilan, juzgan y castigan, todavía hoy donde los delitos de odio parecen normalizarse con mayor frecuencia.” Por su parte, Semíramis González afirma que “Eugenio Merino recurre al Lorca telúrico, de lo auténtico, del polvo y de la tierra, para convertirlo aquí en monumento y en presencia que se abre en la tierra, como un abismo que se hace presente pese a que se intente esconder. (…) El compromiso político del poeta, su defensa de la causa republicana y su libertad sexual son tres ejes de análisis que aún hoy están en discusión (…) Sobre el suelo en bruto no encontramos, aparentemente, nada. La ruina se ha instalado como protagonista, sin intentar disimularla, y siendo precisamente esto, su resto, lo que nos reciba".
Un inciso a la exposición descrita. El artista Eugenio Merino ya fue polémico ya que metió en la Feria Internacional de Arte Contemporáneo (ARCO) de 2012 a Franco en una nevera de Coca-Cola para reflejar que la imagen del dictador está congelada en la mente de los españoles. Su escultura hiperrealista le costó la denuncia de la Fundación Nacional Francisco Franco por daños contra el honor del caudillo, ahora convertido en musa artística. La demanda fue desestimada por una jueza de Madrid...

Unos días después, el 11 de abril, encima del cristal que cubre el cuerpo de García Lorca, el actor Alberto San Juan recitó y leyó con gran emoción textos del poeta asesinado. Entre ellos, el bellísimo discurso en la inauguración de la biblioteca de su pueblo natal, Fuente Vaqueros (Granada), en septiembre del año 1931.
La exposición se centra en el cuerpo desaparecido del poeta y dramaturgo Federico García Lorca
"No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.
Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita, ¿y dónde están esos libros? Libros!, ¡libros! He aquí una palabra mágica que equivale a decir: “amor, amor”, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso, Fiódor Dostoyevski, padre de la Revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita, pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: “¡Envie libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!”. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua, pedía libros, es decir horizontes, es decir escaleras para subir a la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.

Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: “Cultura”. Cultura, porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz.
Y no olvidéis que lo primero de todo es la luz. Que es la luz obrando sobre unos cuantos individuos lo que hace los pueblos, y que los pueblos vivan y se engrandezcan a cambio de las ideas que nacen en unas cuantas cabezas privilegiadas, llenas de un amor superior hacia los demás.
Por eso ¡no sabéis qué alegría tan grande me produce el poder inaugurar la biblioteca pública de Fuente Vaqueros! Una biblioteca que es una reunión de libros agrupados y seleccionados, que es una voz contra la ignorancia; una luz perenne contra la oscuridad"

3ª) Esta tercera acción la describiré basándome en el libro El silencio de la guerra (2024) de Antonio Monegal
sc Torres tituló Oscura es la habitación donde dormimos (2007) a su proyecto sobre la exhumación de una fosa común de víctimas de la represión franquista a inicios de la Guerra Civil. Cuarenta y seis hombres entre dieciocho y sesenta años fueron ejecutados por un pelotón paramilitar de falangistas el 24 de septiembre de 1936 y enterrados junto a un vertedero en las afueras del pueblo de Villamayor de los Montes, en Burgos. Un grupo de expertos, voluntarios, familiares de las víctimas y otros habitantes del pueblo llevaron a cabo la excavación, mientas que Torres proporcionó financiación y fotografió las diferentes etapas del proceso. Todos los cuerpos, menos tres, fueron identificados y las familias decidieron enterrarlos en una única tumba en el cementerio local, en julio de 2006, setenta años después de su muerte.
Los detalles cuentan la historia: agujeros de bala en los cráneos, las suelas de los zapatos junto a los huesos de los pies, una mano que sostiene una bala o un trozo de tela que sobrevivió milagrosamente
Las fotos de Torres pasan de la vista general al primer plano, retratan a familiares, vecinos y voluntarios, los minuciosos detalles de la limpieza de un cráneo o las otras muchas tareas del equipo. Los objetos personales al lado de los cuerpos son los que suelen llevarse cuando uno piensa que va a ir a la cárcel. Las gafas de lectura muestran que muchas de esas personas sabían leer y escribir. Las chapas de las botellas de cerveza junto a los casquillos de bala nos revelan lo que hacían los verdugos mientras mataban a las víctimas. Los detalles cuentan la historia: agujeros de bala en los cráneos, las suelas de los zapatos junto a los huesos de los pies, una mano que sostiene una bala o un trozo de tela que sobrevivió milagrosamente. Torres trabaja con cuidadoso desapego documental, evitando el patetismo, y a la vez logra, como por un encuentro casual, momentos muy conmovedores; un anillo de bodas que rodea la falange de un dedo de esqueleto, unas viejas fotos de familia que algún pariente depositó en la tumba o la última imagen del lugar, la tumba vacía, nuevamente cerrada y cubierta con ramos de flores que depositaron familiares y vecinos después de una ceremonia en la que se honró a los muertos por primera vez.

El significado de su trabajo, que se plasmó en la publicación de un libro de fotografías. Oscura es la habitación donde dormimos, es la habitación donde hoy dormimos pacíficamente es oscura porque debajo hay un pasado oculto que hemos hecho todo lo posible por olvidar. O podríamos decirlo de una manera más clara: tenemos cadáveres en el armario. Este es el tipo de latencia que subyace a la cultura española contemporánea.
4ª) Es una canción del cantante fallecido de Covid Joaquín Carbonell, titulada “El sonajero de Martín”, el video de la canción explica perfectamente de qué se trata. Según cuenta Eduardo Bayona en Público.
"Amenazas de fuego / con un cristo matón / Poesía en la sangre / Águilas de latón / Un sonajero nuevo / en un pozo sin fin / Catalina le guarda a Martín", canta Joaquín Carbonell en "El Sonajero de Martín", una canción que estrenó este sábado en Palencia en el acto en el que la ARMH (Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica) de esa ciudad castellana entregará a la familia los restos de Catalina Muñoz, cuya detención y posterior fusilamiento, en una más de las muertes gratuitas de la guerra civil, dejó sin madre a sus cuatro hijos y sin sonajero al menor de ellos, Martín de la Torre, de nueve meses cuando los sublevados lo arrancaron de sus brazos para llevársela en agosto de 1936.
Martín, de 83 años, recibirá, ocurrió en junio de 2019, este sábado el sonajero que la guerra le arrebató cuando era un bebé acompañado por su hermana Lucía, diez años mayor que él y que tenía once cuando se llevaron a su madre. Antes habían comenzado a perder a su padre, Tomás de la Torre, con el que recuperarían el o años después de la guerra.