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miércoles. 11.06.2025
RELATO DE FICCIÓN

Ayuso, Trump y el destino manifiesto

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Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, hojeaba unos documentos con fingido interés cuando su asistente irrumpió con un sobre en la mano, el rostro dividido entre el asombro y la incredulidad.

—Presidenta, ha llegado una carta de la Casa Blanca.

El sobre, inmaculado y solemne, resplandecía bajo la luz matutina como una epifanía política. Isabel lo tomó con delicadeza, lo abrió con la expectación de quien desenreda un arcano y comenzó a leer. Sus ojos se agrandaron, su sonrisa se expandió con la magnitud de un hito histórico.

—¡Vaya, parece que el presidente Donald Trump desea felicitarme en persona por mi impecable gestión! —exclamó, como si el cosmos, al fin, se alineara con su grandeza.

Por un instante, una idea se instaló en su mente con la contundencia de una revelación divina: quizá esto era solo el principio. Primero, Madrid. Ahora, Washington. ¿Y después?

Recordó, entonces, aquel tuit suyo, aquel gesto de clarividencia geopolítica con el que felicitó a Trump en su toma de posesión.

—Quién iba a decir que un simple mensaje en redes sociales obraría semejante milagro diplomático —musitó, en tono casi profético.

La invitación no escatimaba en honores: un encuentro privado en el Despacho Oval, seguido de una cena de gala en su honor. Porque, claro, cuando un líder como Trump decide homenajear a alguien, no se anda con nimiedades.

—Parece que mi defensa inquebrantable de la libertad y mi lucha heroica contra el comunismo han cruzado el Atlántico —comentó Isabel, paladeando cada palabra como si de un verso homérico se tratase.

Y entonces, mientras contemplaba el horizonte desde la ventana, su mente se deslizó hacia territorios aún inexplorados: ¿y si esto era solo el principio de su ascenso inexorable?

Se vio a sí misma al frente de su partido. Rodeada de acólitos, aclamada por las masas. Las encuestas disparadas. La Moncloa en el horizonte. Un país entero entregado a su liderazgo.

—El pueblo no siempre sabe lo que quiere, pero cuando lo descubre, no hay marcha atrás —susurró, anotando mentalmente la frase para futuros discursos.

Se imaginó en la tribuna del Congreso, las ovaciones retumbando, su rostro en los libros de historia, su nombre grabado con letras doradas junto a los grandes. Ayuso, la inevitable.

Pero por ahora, Washington. La noticia se filtró con la rapidez de una profecía autocumplida. La prensa no daba crédito: “Ayuso, de Madrid al Despacho Oval”, “Trump y Ayuso: la alianza de la libertad”.

—Parece que mis detractores tendrán que tragar quina —comentó Isabel a su equipo, disfrutando el momento como una emperatriz ante la plebe rendida.

Mientras preparaba su viaje, sintió que todo cobraba sentido. Madrid había sido su cuna, pero España sería su destino. ¿Y después…?

El día del encuentro, la Casa Blanca la recibió con los honores reservados a los grandes líderes. Trump la estrechó la mano y, con su inconfundible tono, proclamó:

—Es un placer conocer a alguien que defiende la libertad con tanta pasión.

Ayuso, con una sonrisa resplandeciente, respondió con la naturalidad de quien ya ve su efigie esculpida en Monte Rushmore:

—El honor es mío, presidente. Juntos, haremos grandes a nuestros países otra vez.

La cena de gala fue un espectáculo de brindis, halagos y reconocimientos. Isabel se sintió en la cúspide del universo. Lo de Madrid había sido solo el prólogo. Lo inevitable estaba en marcha.

Al regresar a España, la recibieron como a una heroína. Sus seguidores la aclamaban, los medios se rendían a la evidencia y sus detractores… bueno, hasta ellos tuvieron que fingir indiferencia ante lo que consideraron un show más de la derecha extrema.

—Parece que, después de todo, el tiempo me ha dado la razón —susurró Isabel, contemplando la noche madrileña desde su despacho, con la serenidad de quien se sabe destinada a la gloria.

Y entonces, un temblor.

—¡Isabel, Isabel, despierta!

Abrió los ojos de golpe.

—Tranquila, solo fue un sueño —dijo su novio, con esa mezcla de ternura y resignación de quien ya está acostumbrado a estas cosas.

Ella, aún aturdida, murmuró:

—Donald, Donald… te iro tanto…

Él suspiró, le pasó la mano por la frente y apagó la luz.

Quién sabe… quizás, en algún universo paralelo, su destino manifiesto se hacía realidad.

Ayuso, Trump y el destino manifiesto