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domingo. 08.06.2025
TRIBUNA DE OPINIÓN

La firma de Donald Trump: una electrocardiografía del ego

Trump no firma; estampa. Cada trazo es una miniatura de su estilo político: agresivo, grandilocuente, impenetrable. 
firma trump

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Entre las múltiples extravagancias que definen al presidente Donald Trump, hay una que no pasa desapercibida y que, curiosamente, no necesita palabras para expresarse: su firma. 

Convertida en objeto de fascinación y análisis, esa sucesión de picos afilados y verticales (más parecida a un electrocardiograma durante una arritmia que a una rúbrica convencional) descubre más claves sobre su carácter que las muecas y danzas de sus vulgares puestas en escena.

Trump no firma; estampa. Cada trazo es una miniatura de su estilo político: agresivo, grandilocuente, impenetrable. 

La ausencia de curvas o modulaciones, la falta total de legibilidad, la rigidez gráfica y, sobre todo, el tamaño desproporcionado en relación al texto, no son para nada casuales sino, más bien, una representación plástica de su visión del poder: ocupar todo el espacio posible; sin concesiones; con voluntad de imponer y no de dialogar.

A diferencia de otros líderes que firman documentos de alto valor con sobriedad —a menudo con caligrafías limpias, incluso elegantes—, la firma de Trump irrumpe con violencia gráfica. Así, donde Eisenhower dibujaba una rúbrica redonda y pausada, o donde Obama trazaba líneas estilizadas y firmes, Trump deja una serie de picos que recuerdan a un electroshock.

Expertos en grafología interpretan que este tipo de trazos puede revelar agresividad, impulsividad, necesidad de control y un narcisismo de grandes proporciones

Expertos en grafología interpretan que este tipo de trazos puede revelar agresividad, impulsividad, necesidad de control y un narcisismo de grandes proporciones. Si bien la disciplina que estudia la escritura tiene defensores y detractores, es difícil negar que la firma de Trump —igual que sus discursos, sus decisiones o su lenguaje corporal— refleja una personalidad inclinada a la sobreactuación, al dominio escénico y al desprecio por los matices.

Otro dato a considerar es que, al parecer, para Donald Trump la firma es también un acto político. No es raro que, durante su primer mandato, aprovechara cada firma presidencial como una oportunidad mediática: sostenía el documento ante las cámaras con un gesto triunfal, como si la rúbrica no fuese una formalidad institucional sino un símbolo de valor, el acto de un emperador, la marca de un imperio que le pertenece.

En una época donde la imagen lo es todo, la firma de Trump se ha convertido en una impronta personal, y a la vez en un símbolo de su forma de entender el liderazgo: vertical, ruidoso, hiperbólico. La caligrafía del poder, en su caso, no deja lugar a dudas: no se trata de comunicar, sino de dominar. No se trata de persuadir, sino sólo de marcar territorio. Y en eso, hay que reconocerlo, Trump ha sido siempre coherente ya que al igual que él, su firma grita cuando simplemente bastaría con que dijera.

La firma de Donald Trump: una electrocardiografía del ego