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Carlos Valades | @carlosvalades

Bienvenidos al universo de Declan Donellan y su compañía Cheek by Jowl, codo con codo, para entendernos. Un universo dónde los clásicos se pasan por la coctelera, se bajan a tierra, se actualizan para que sean atractivos a todo tipo de público y se les despoja de pomposidad y solemnidad. El director y su mano derecha, Nick Ormerod ya sorprendieron con un montaje de Hamlet en los teatros del Canal a cargo del Teatrul Naţional Marin Sorescu de Craiova, en el que los personajes desfilaban en una pasarela de moda. Ahora el director desmenuza una de las primeras obras de Shakespeare: Los dos hidalgos de Verona.
Al estilo del teatro pobre de Grotowski, se minimizan los elementos externos para centrarnos en los actores y actrices y su excelente actuación, nada que nos distraiga, nada que sea superfluo
La función comienza con un diálogo entre Proteo (Alfredo Noval) y Valentín (Manuel Moya), amigos de los de toda la vida, de esos por los que pondrías tu mano en el fuego. Valentín decide ir a Milán para hacer carrera mientras que Proteo decide quedarse en Verona junto a su amada Julia (Irene Serrano) a la que intenta seducir mediante cartas de amor. El cortejo termina con éxito y se juran amor eterno, pero Proteo debe partir a Milán donde se reencontrará con Valentín. Este, que antes había renegado del amor en favor de las aventuras, cae rendido a los pies de Silvia (Rebeca Matellán). Además, Turio (Alberto Gómez Taboada) también está pilladísimo por Silvia lo que desenrollará la bovina de la comedia de enredos. La actriz Goizalde Nuñez interpreta a cuatro personajes secundarios y en alguno se permite el lujo de romper la cuarta pared y establecer un hilarante monólogo sobre la producción del montaje y la escasez en la iluminación. El Duque (Jorge Basanta), padre de Silvia, señor del reino de Milán está estupendo en su papel de hombre que teje intrigas para que su hija se case con la persona económicamente idónea. Prince Ezeanyim y Antonio Prieto completan este excelente elenco que brilla bajo la dirección de Donellan. Todos muestran un gran nivel de interpretación. Ríen, se desesperan, arden de deseo, aman, se tocan, todo en un torbellino muy orgánico.
La escenografía es tan sencilla como un simple en el que se proyectan los rótulos que nos indican la escena que vamos a ver o dónde está transcurriendo la acción. Al estilo del teatro pobre de Grotowski, se minimizan los elementos externos para centrarnos en los actores y actrices y su excelente actuación, nada que nos distraiga, nada que sea superfluo. Las transiciones son muy ingeniosas y dinámicas.
Si la semana pasada asistíamos a “El efecto” donde la autora se preguntaba si el enamoramiento es una respuesta química del cuerpo, aquí indagamos sobre si el amor prevalece sobre la amistad. El texto supondrá la piedra fundacional sobre la que Shakespeare desarrollará todo su teatro y en la que encontramos elementos comunes en toda su obra como la traición, el arrepentimiento y el perdón. Y es causa de celebración que la mitad del patio de butacas fuesen alumnos de institutos puestos en pie, entusiasmados con esta obra poco conocida del bardo inmortal, en plan olvidando el teléfono móvil por dos horas, en plan PEC.