
Necesitamos tu ayuda para seguir informando
Colabora con Nuevatribuna
La gran hazaña del capitalismo posmoderno ha sido la capacidad persuasiva de conseguir que la gente acepte aquello que la destruye. Ello conduce a lo que afirmaba Noam Chomsky de que entre las características de los estados fallidos figura el que no protegen a sus ciudadanos de la violencia –y tal vez incluso la destrucción- o que quienes toman las decisiones otorgan a esas inquietudes –de los ciudadanos- una prioridad inferior a la del poder y la riqueza a corto plazo de los sectores dominantes. En este sentido, Ocampo observa que las reformas neoliberales son antitéticas al formato de la democracia. Se trata de atender mejor las necesidades de las personas sustanciales por lo que un tema dominante es restringir el terreno del juego político y trasladar decisiones importantes a manos de tiranías privadas que no rindan cuentas a nadie. Un método es la privatización, que elimina al público de ser potencial influencia en la política. Al día siguiente de su triunfo electoral, en una conversación telefónica con el Presidente de Ucrania, Trump le pasó el teléfono a Musk. Más allá del contenido de la conversación, que no trascendió, el gesto muestra el poder político que va a adquiriendo el hombre que ya maneja gran parte de la logística del Pentágono a través de sus empresas Space x (lanzamientos y transporte espacial) y Starlink (satélites de comunicaciones y de internet). ¿Caminamos hacia otra realidad distópica en la que un reducido grupo de multimillonarios neofascistas tomará el poder que tuvo hasta ahora una enorme maquinaria de burócratas bipartidistas que han fracasado en nombre de algo llamado «democracia»?
En España el fascismo, o su versión patria castiza y carpetovetónica, nunca fue vencido ni siquiera amonestado
El más destacado filósofo social norteamericano del siglo XX, John Dewey, concluyó que “la política es la sombra que proyecta la gran empresa sobre la sociedad” y seguirá siéndolo mientras el poder resida en “la empresa para el beneficio privado a través del control privado de la banca, la tierra y la industria, reforzado por el dominio de la prensa, las agencias de noticias y otros medios de publicidad y propaganda.” Ya sentenció Bertrand Russell que la propiedad privada solo era aceptable si no se convertía en poder político. Por su parte, Veblen señaló hace tiempo que uno de los cometidos primordiales de la propaganda empresarial es la “fabricación de consumidores”, un mecanismo que ayuda a inducir “todos los síntomas clásicos del totalitarismo: atomización, apatía política e irracionalidad, el vaciado y la banalización de los procesos políticos supuestamente democráticos. En este sentido, cabe recordar que los nazis tomaron prestadas sus técnicas de propaganda de las doctrinas y prácticas empresariales que tuvieron sus pioneros ante todo en las sociedades angloamericanas. Estas técnicas se basaban en el recurso a “símbolos y consignas” sencillos con “impresiones reiteradas hasta la saciedad” que apelan al miedo y otras emociones elementales al estilo de los anuncios comerciales. “Goebbels –afirma un estudio contemporáneo- reclutó a la mayoría de los publicistas comerciales más destacados de Alemania para su Ministerio de Propaganda” y se jactaba de que “utilizaría métodos publicitarios estadounidenses para vender nacionalsocialismo” de un modo parecido a como la empresa intenta vender “chocolate, pasta de dientes y medicamentos.” Es la forma de descender de la decencia a la barbarie.
Esta economía posmoderna se sustancia en una visión apocalíptica del discurso político de los hacedores del capital. El Estado es considerado culpable, ineficiente, corrupto y un lastre para la competitividad del mercado y sus leyes de la oferta y demanda. Cambian los referentes, los imaginarios y las palabras con respecto al Estado de bienestar. El capitalismo se reinventa. Todo se modifica para dar cabida a un ser despolitizado, social-conformista. Un perfecto estulto social. Las viejas estructuras ceden paso a un orden social cuyas reformas exacerban los valores individualistas, el yo por encima del nosotros y el otro es considerado un obstáculo, un competidor al cual destruir.
Los jueces que el viernes salieron del Tribunal de Orden Público (TOP) para pasar el fin de semana en sus casas el lunes ocuparon sus mismos despachos en la Audiencia Nacional
En España el fascismo, o su versión patria castiza y carpetovetónica, nunca fue vencido ni siquiera amonestado; los jueces que el viernes salieron del Tribunal de Orden Público (TOP) para pasar el fin de semana en sus casas el lunes ocuparon sus mismos despachos en la Audiencia Nacional (AN); los policías de la Brigada Político Social siguieron en las comisarias para, algunos de ellos, ser condecorados por la democracia por sus servicios; los antiguos ministros de Franco organizaron la derecha democrática; el jefe del Estado fue el que el caudillo había preparado desde la infancia para tan alta función; como dijo Azaña de la revolución desde arriba de Joaquín Costa: una revolución que deja intacto al Estado anterior a ella es un acto muy poco revolucionario. Es por lo que el conservadurismo español, siempre teñido de sepia, desde un Estado estamental y patrimonialista asume como hostilidad la realidad diversa de España.
Para este conservadurismo populista su concepto ideológico de nación no ite predicados ni antagonismos y todo aquello que se sitúe fuera de su elemental metafísica es, consecuentemente, parte de la delincuencia política, ya que la patria conservadora es un valor superior para la derecha al voto popular que refrenda el acto político de sus adversarios en la vida pública. El Trumpismo, tiene una vieja tradición en España, quizá, porque, como dijo Azorín, vivir en España es hacer siempre lo mismo