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Si las circunstancias no fueran tan terribles, los que vivimos inmersos en el mundo del lenguaje tendríamos motivos para alegrarnos de que al fin se demuestre lo importantes que son las palabras.
Porque, en estos tiempos agonizantes, estamos asistiendo a un asalto espantoso a las instituciones y a la libertad cuya punta de lanza, detrás de la que viene todo lo demás, son las palabras. Algún estratega de la ultraderecha descubrió hace algunos años que la guerra ideológica que libraban se libraría mejor disfrazada, y lo bautizó como guerra cultural. Y esa guerra pasaba por apropiarse de las palabras del adversario y cambiar su sentido. Y empezaron a hablar de libertad para referirse a la ausencia de reglas civilizadas, y de liberalismo para dar nuevo nombre a la explotación salvaje. Ahora Trump llama el día de la liberación a la agresión económica de su gobierno contra el resto del mundo, y con esas palabras oculta que ya están empezando a detener a la gente por las calles, como en los peores tiempos de ese mundo que hasta ahora solamente veíamos en las películas sobre el pasado o en las distopías sobre el futuro.
Se está librando una guerra ideológica que, si no la ganamos, será el preludio de cosas peores
Se está librando una guerra ideológica que, si no la ganamos, será el preludio de cosas peores, y por eso es preciso librarla sin necesidad de sentir optimismo. Es preciso librarla porque es lo que nos toca, lo que nos ha tocado a los beneficiarios de la democracia, a los que hemos tenido y tenemos la suerte de vivir todavía en sociedades, con todos sus defectos, básicamente libres.
Este es el momento de decir sin rodeos que sí, que todos los seres humanos son iguales, y que es justo promover que lo sean de manera efectiva, sin distinción de género, sin distinción de raza, sin distinción de color, y que se equivocan o mienten los que dicen que es mejor una sociedad de desiguales.
Ahora que tanto se habla de rearme, la primera guerra que hay que ganar es esta triste guerra ideológica
Es el momento de decir sin rodeos que sí, que es injusto que los jóvenes no tengan a la vivienda en nombre de una libertad de mercado que no es más que el privilegio de los acomodados, y que se equivocan o mienten los que dicen que el mercado dará satisfacción a todos. Que sí, que es injusto que se menoscaben la sanidad y la educación, y que se equivocan o mienten los que dicen que dejarlas en manos del que pueda pagárselas es un ejercicio de la libertad. Hay que decir que sí, que el estado del bienestar es económica y moralmente superior a la guerra de todos contra todos que defienden los portavoces de la motosierra. Y sí, la diplomacia y las reglas de convivencia internacional son mejores que la ley del más fuerte. Y no, el más fuerte no tiene derecho a pisotear a nadie.
No importa que esto fueran obviedades hasta hace muy poco, no importa que resulte sonrojante escribirlas, decirlas. Hay que hacerlo. Porque los enemigos de la civilización la están utilizando para destruirla y la civilización tiene que defenderse. Ahora que tanto se habla de rearme, la primera guerra que hay que ganar es esta triste guerra ideológica.