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Jaime Polo | @lovacaine
Aitana Ocaña, la que alguna vez fue presentada como un producto pulido de Operación Triunfo, se ha cargado el molde prefabricado con su cuarto álbum de estudio, Cuarto Azul. Con una estética definida, un sonido de cierta personalidad y una narrativa profundamente íntima, Cuarto Azul es un testimonio de una Aitana que ya no busca complacer a todos, sino contar su verdad.
Lo que hace de Cuarto Azul un trabajo tan interesante es su coherencia estética y conceptual. Lejos quedó la Aitana de los primeros singles, que parecía buscar un rumbo entre baladas pop y colaboraciones comerciales. Aquí, cada canción está cuidadosamente tejida para formar una narrativa que, según la propia Aitana en una entrevista, refleja “mucha verdad”. El disco es un diario sonoro, una exploración de sus últimos años, con sus altibajos, rupturas, amistades y autodescubrimiento.
Tonos azulados, imágenes minimalistas pero cargadas de simbolismo y una Aitana vulnerable. Este enfoque no solo refuerza el título del disco, sino que crea una experiencia inmersiva donde la música y la imagen se complementan. Es como si Aitana hubiera abierto las puertas de su “cuarto azul”, un espacio íntimo donde guarda sus pensamientos más profundos.
Si hay algo que me llama la atención y me hace querer seguir investigando los nuevos proyectos de Aitana es el uso de la electronica. Verse hipnotizado en ese viaje de sintetizadores al puro estilo noventero. En un momento estás bailando con un loop que podría sonar en una rave a las 4 de la mañana, y al siguiente te golpea una melodía etérea que te hace sentir que estás flotando en el vacío.
La colaboración con Barry B en “TRANKIS” es, sin exagerar, uno de los mayores aciertos de Cuarto Azul. Este tema es una bomba de pop electrónico que combina la sensibilidad de Aitana con el toque fresco y desenfadado de Barry B. La elección de este artista es un movimiento acertado. No es el típico colaborador mainstream; es un cantante con un estilo propio que encaja como anillo al dedo con la visión de Aitana. En “TRANKIS”, sus voces se entrelazan de una manera que se siente natural, como si estuvieran improvisando en un estudio a las tantas de la madrugada.
Aitana ha dejado atrás la etiqueta de “producto OT” con contundencia. Cuarto Azul transforma las cicatrices en arte y eso, ya es bien sabido, siempre funciona. Las letras, muchas co-escritas por ella, son un viaje por el desamor, la presión de la fama, la familia y el proceso de encontrarse a sí misma.
La fachada de melodías impecables, lo que parece intocable, se resquebraja. El brillo del pop, con su escaparate reluciente, esconde sombras que preferimos no ver. Pero en Cuarto Azul, Aitana abraza esas fisuras, convirtiendo la belleza rota en el alma misma de su música, entregándonos una verdad visceral.