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@Montagut |
La rosa siempre ha sido la flor por antonomasia en las civilizaciones occidentales. En Grecia estaba asociada a Afrodita y luego a Venus en Roma. Por eso, en primer lugar, es símbolo del amor, aunque según el color cambia su significado. Así pues, la rosa azul representaría lo imposible, pero si es blanca es símbolo de pureza. La rosa dorada es la perfección o la realización absoluta, y la rosa es la pasión. El color de las rosas también da su propio significado a las mismas en la alquimia, según sean blancas o rojas.
La rosa aparece con Homero, una rosa silvestre aún, aunque útil como planta medicinal. Pero la rosa, esencia de la belleza, no llega hasta que Venus nace entre la espuma del mar y llega a la playa de Citerea. Es una rosa blanca, aunque la roja aparece cuando la diosa del amor, corriendo para salvar a su amado Adonis, se clavó en el pie las espinas de un rosal. Las gotas de sangre tiñeron las rosas blancas. La intensa predilección por esta nueva rosa por parte de Venus fue compartida por los demás dioses, formándose el Jardín de Midas. Las rosas alcanzaron entre griegos y romanos un lugar preeminente y constante en las celebraciones religiosas, en el amor, creando, por cierto, y de nuevo la ironía del portugués, no pocos problemas urbanos, en los festines, en los triunfos romanos y en la hora de la muerte. Gracias a su vinculación como «flor de gloria y flor de piedad, la rosa eludió el desdén de los moralistas», aunque quien la salvó fue la literatura.
Pero la rosa sufrió una profunda crisis aún antes de que todo el edificio de la Antigüedad se derrumbara con los bárbaros. La tristeza del primer cristianismo no podía dejar de afectar a la alegría y el goce de los sentidos que suponía la rosa. Los primeros padres de la Iglesia combatieron a la rosa. Tertuliano fulminó ramos, guirnaldas, todos esos emblemas de la belleza y la fiesta. La inestabilidad que llegó con la caída del Imperio romano casi termina, desde el punto de vista material, con la existencia de la rosa. Ya no había jardines, ni tan siquiera mieses.
Pero la rosa encontró, como el saber antiguo, un refugio en los monasterios, en sus huertos cerrados. Cuando la barbarie tendió a la estabilidad la flor comenzó a salir de aquellos huertos, y Carlomagno decidió adornar Aquisgrán con viñedos y jardines cuando conoció la belleza italiana. Los grandes señores feudales comienzan a entusiasmarse con las rosas. Alberto Magno compondrá un tratado. Y, muy pronto, las damas de la nobleza abrazarán las rosas en sus jardines y en sus castillos. Los reyes de Francia emplearán las rosas en sus festines, y en Provenza y en España damas y caballeros se solazarán con los «torneos de rosas», lanzándose rosas en una suerte de galante batalla. El Parlamento de París obligaba a los pares y duques a la entrega anual de una bandeja de plata llena de rosas.
No solo el color cambia el significado de la rosa, también su forma y el número de los pétalos
Solamente faltaba que la Iglesia asumiera que la rosa merecía un lugar en el cielo católico, y terminaría haciéndolo porque era una flor de esencia divina. Primero, las rosas serían las llagas de Jesús como sostenía San Bernardo de Claraval, pero muy pronto la rosa se asociará por entero a la Virgen María.
Pero no solo el color cambia el significado de la rosa, también su forma y el número de los pétalos. Si es circular se vincula a los mandalas. Si tiene siete pétalos aludiría al orden septenario, como los siete días de la semana, los siete planetas o los siete grados de perfección. La rosa de ocho pétalos simbolizaría la regeneración. También el número de pétalos es importante en las rosas en la alquimia. Tienen siete pétalos, como los siete metales u operaciones de la Obra. En el cristianismo la rosa, al vincularse a la sangre de Cristo, es símbolo del renacimiento místico, mientras que un rosal se la imagen de lo que se ha regenerado. Pero la rosa también se ha contemplado como un símbolo de finalidad, de perfección, centro místico, del corazón.
En masonería la rosa es símbolo de discreción, de unión, como en sus pétalos, pero también de virtud y de inocencia. Aparece en muchas ceremonias masónicas, como las consagracio nes de los templos, el levantamiento de columnas, las tenidas solsticiales, los reconocimientos conyugales, etc. En el grado de compañero la rosa simboliza el quinto elemento o quintaesencia del último viaje de su recepción en el grado.
Al final, Eça de Queirós veía la rosa en las celebraciones del Primero de Mayo, en las “callosas manos de los obreros en huelga”, en los jardines de los mineros ingleses y ses. Ahora florecía en los mítines, huelgas, en el ojal de los líderes obreros, y bordada en los emblemas de las asociaciones.
La rosa había sido helénica, pagana, imperial, feudal, católica, de enamorados, de héroes, senadores, césares, nobles y papas, símbolo de la Virgen María, fundamental en masonería y al final, se había convertido en la flor del socialismo.