<img height="1" width="1" style="display:none" src="https://www.facebook.com/tr?id=621166132074194&amp;ev=PageView&amp;noscript=1">
domingo. 08.06.2025
LIBROS

'Malos tragos' y el costumbrismo de pueblo

Necesitamos tu ayuda para seguir informando
Colabora con Nuevatribuna

 

Pablo D. Santonja | @datosantonja

Dolmen Editorial nos trae esta novela gráfica firmada por Angux y Román Lopez-Cabrera, que cuentan un pasaje oscuro de la historia de España, pero desde la perspectiva transversal de conversación, cotilleos y barras de bar. 

Manuel Delgado Villegas, conocido como "El Arropiero", es recordado como uno de los asesinos en serie más notorios de España. Su historia es única, no solo por la brutalidad de sus crímenes, sino también por las particularidades de su personalidad, los contextos en los que operó y el impacto que su figura dejó en la criminología española. Con una vida marcada por la violencia, la marginalidad y los abusos, el Arropiero llegó a confesar hasta 48 asesinatos, lo que lo convierte en uno de los criminales más letales en la historia del país.

Malos tragos es una lectura recomendable, por la visión que plantea de esa España rural de los 70. Un foco interesante con carácter propio

Nacido el 25 de enero de 1943 en Sevilla, Manuel Delgado Villegas creció en un entorno de pobreza y violencia. Su apodo, "Arropiero", deriva de la ocupación de su padre, quien vendía "arrope" (un dulce elaborado a base de uvas o higos). Desde temprana edad, Delgado mostró signos de inestabilidad psicológica y comportamientos violentos, además de sufrir una serie de abusos y maltratos en su hogar.

Román Lopez-Cabrera
Román Lopez-Cabrera

Entre finales de los años 60 y principios de los 70, Delgado comenzó una serie de asesinatos caracterizados por su extrema violencia. La mayoría de las víctimas fueron mujeres, aunque también atacaron a hombres, incluyendo vagabundos y personas en situación de vulnerabilidad. Sus métodos variaron: en ocasiones, asfixiaba a sus víctimas, mientras que en otras utilizaba objetos contundentes o armas blancas. La naturaleza impredecible de sus ataques complicó la labor de las autoridades, que no relacionaron los crímenes entre sí hasta su captura.

Durante su interrogatorio, Delgado confesó hasta 48 asesinatos, aunque la policía solo pudo probar fehacientemente su implicación en siete de ellos. La cantidad y dispersión de los crímenes dificultó su investigación, especialmente porque algunos de los asesinatos que confesó nunca pudieron ser verificados. Muchos cuerpos nunca fueron encontrados, y otros casos presentaban pruebas insuficientes. Sin embargo, las descripciones de Delgado sobre los asesinatos y los lugares eran tan detalladas que resultaba difícil creer que estuviera inventando.

La novela lo que busca es plasmar una realidad de nuestros pueblos, donde la incultura, el alfabetismo, y la falta de oportunidades hacen mella y estallan dentro de la opinión popular de los hechos que acontecen

La detención de Delgado y su confesión provocaron un debate en España sobre la necesidad de una infraestructura adecuada para tratar a criminales con problemas mentales graves. Manuel Delgado fue diagnosticado con un severo trastorno de personalidad y declarado inimputable, lo que significa que no era plenamente responsable de sus actos debido a su enfermedad mental. En lugar de ser condenado a prisión, fue ingresado en un hospital psiquiátrico de alta seguridad en Carabanchel.

Esta historia sirve de trasfondo para esta novela gráfica que cuenta la otra cara, la cara de los vecinos que, estupefactos con la noticia de su detención, deben convivir con la idea de que un vecino y amigo es un asesino en serie. En ello, “amigos de bar”, entre los que se encuentran el cura del pueblo, el profesor y paisanos, comentan y cotillean entre chato y chato de vino la situación que acontece tras la detención del asesino. 

He de destacar como fan del trabajo de Román, la genialidad de contar una historia desde la perspectiva de la habladuría y el costumbrismo más clásico del pueblo. Hablar desde la cultura del chato de vino y la tapa de aceitunas, con esa seguridad que te da golpear la barra metálica del bar con el canto de una peseta. Presenta, así, unos personajes interesantes y aunque se entiende la intencionalidad y objetivo de contar la historia así, por partes se siente vacío. Vacío porque nada en un limbo en el que no profundiza en la historia del asesino, que queda flotando, eso sí, por la cabeza de nuestros personajes, pero vació también pues no se llega a profundizar del todo en la vida de estos pueblerinos, exceptuando una pequeña trama de desempleo. 

Al final, la novela lo que busca es plasmar una realidad de nuestros pueblos, donde la incultura, el alfabetismo, y la falta de oportunidades hacen mella y estallan dentro de la opinión popular de los hechos que acontecen. 

Pese a todo, Malos tragos es una lectura recomendable, por la visión que plantea de esa España rural de los 70. Un foco interesante con carácter propio.

'Malos tragos' y el costumbrismo de pueblo