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sábado. 07.06.2025
TRIBUNA POLÍTICA

La resurrección según Camps (o el pasado que nunca se fue)

Lo de Camps, al fin y al cabo, es una piedra más en la mochila de un descentrado Feijóo quien, con cara de circunstancias, hace lo que puede ante los silencios de Mazón y las alianzas con Vox.

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Francisco Camps ha vuelto y lo ha hecho con estruendo, rodeado de nostálgicos que lo tratan como una reliquia gloriosa capaz de provocar un terremoto interno en la dirección regional del Partido Popular. Su regreso ha tenido lugar en un acto que pretendía conmemorar los 30 años de la llegada de Zaplana al Palau de la Generalitat, una aparición en la que se terminó respirando un aire de “resurrección” con aroma a pasado glorioso (y judicialmente accidentado), bendecido por las absoluciones que tanto alivian la memoria.

«No miro con nostalgia a ningún tiempo pasado», dijo Camps mientras a su alrededor desfilaban Carlos FabraAlfonso Rus y Sonia Castedo. Más que una celebración, aquello parecía una rebelión envuelta en hagiografía: discursos de redención, un libro-lamento titulado Reenfocando España, y miradas dirigidas no solo al Palau, sino también —y, sobre todo— a la dirección nacional del partido.

Mientras el PP nacional calla, el campismo se rearma, Vox controla y Mazón se tambalea

Porque, si hay alguien que no saldrá indemne de esta movida interna, ese alguien será sin duda Carlos Mazón. El líder gallego —tan amigo de la templanza— se resiste a intervenir, mientras el PP valenciano arde en su propio cortijo, en silencio, como si este no fuera su legado autonómico más influyente de los últimos veinte años. 

Lo de Camps, al fin y al cabo, es una piedra más en la mochila de un descentrado Feijóo quien, con cara de circunstancias, hace lo que puede ante los silencios de Mazón y las alianzas con Vox, la incómoda tercera pata que no solo sostiene al PP en la Generalitat, sino que además lo tiene cogido por donde más duele: la gobernabilidad. Sin los votos ultras, Mazón no tiene poder para promulgar ni siquiera una ley de tráfico. Pero claro, tampoco es cuestión de censurar a los ultras no sea que se desmorone el castillo de naipes del Palau de la Generalitat. El PP valenciano de las mayorías absolutas de antaño no tiene ahora más remedio que mendigar a Abascal su gobernabilidad.

El PP valenciano arde en su propio cortijo, en silencio, como si este no fuera su legado autonómico más influyente de los últimos veinte años

En este escenario, Camps emerge como ese tío incómodo que se cuela en la cena familiar, se sienta a la cabecera y empieza a repartir consejos como si no hubieran pasado 15 años y una docena de causas judiciales. Si bien no anunció formalmente su deseo de regreso, su “estoy a vuestra disposición” sonó tanto a oferta política como a amenaza velada. Y aunque ya no pinte nada en la estructura oficial del partido, es evidente que con su sola presencia ha puesto nerviosos a muchos… sobre todo al actual inquilino del Palau, un pobre hombre y un sinvergüenza de manual quien ahora, además de soportar los gritos que piden su dimisión, se ve en la tesitura de lidiar con fantasmas del pasado.

Sonia Castedo, por su parte, ejerció de portavoz del “verdadero PP”, ese que —según ella— fue maltratado por su propio partido y ahora exige rehabilitación moral y política. Como en los viejos congresos soviéticos, pide el fin de las purgas y el regreso a la ortodoxia: una extraña mezcla de redención, revancha y revisionismo.

El acto fue, en definitiva, una advertencia, no solo a Mazón, cuya gestión es ya un poema, sino a Feijóo, que observa cómo uno de sus feudos clave se convierte en un campo minado donde los viejos líderes se reorganizan, los ultras marcan el paso y la dirección nacional no se atreve a mover un dedo. Porque censurar a Mazón supondría reconocer el error. Y permitir que Camps escale sin control, otro error aún mayor.

El PP valenciano, lejos de marcar un rumbo propio, se encuentra hoy sometido a la agenda de Vox y liderado por lo que ya muchos consideran un cadáver político llamado Carlos Mazón

Así que mientras el PP nacional calla, el campismo se rearma, Vox controla y Mazón se tambalea, el PP valenciano se ha convertido en el ejemplo perfecto de cómo el pasado no solo no pasa… sino que vuelve con traje planchado y un libro bajo el brazo.

Puestos a extrapolar, la situación del Partido Popular en la Comunidad Valenciana es un reflejo del colapso moral y estratégico de la derecha española. El PP valenciano, lejos de marcar un rumbo propio, se encuentra hoy sometido a la agenda de Vox y liderado por lo que ya muchos consideran un cadáver político llamado Carlos Mazón, un mequetrefe cuyo papel, más que el de un presidente autonómico, parece el de un rehén sin pulso, atrapado entre su incapacidad de liderazgo y la obediencia ciega a una ultraderecha que marca el ritmo. 

Como si eso fuera poco, son las viejas glorias del PP más corrupto —el que arruinó la reputación institucional de la Comunitat— las que hoy aúpan el regreso de Francisco Camps, símbolo de una era oscura que parecía superada. Mientras tanto, Alberto Núñez Feijóo, lejos de actuar con coraje o visión de Estado, permanece paralizado, incapaz de resolver el problema Mazón y aún menos de revertir su humillante sumisión a Vox. La falta de clase política es ya tan evidente como costosa para el país.

La resurrección según Camps (o el pasado que nunca se fue)