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“House” es la suma de extractos de tres películas de Amos Gitai: House (1980), House in Jerusalem (1998) y News from Home/ News from House (2005). Ese carácter de pastiche o suma de monólogos hace que la obra carezca, salvo momentos muy concretos, de cualquier intensidad dramática y haga que las dos horas y media, sin descanso, resulten especialmente pesadas y hasta aburridas. A lo que contribuye que los intérpretes se expresen en inglés, francés, árabe, hebreo y yiddish, obligando al espectador al inmenso esfuerzo de seguir continuamente los subtítulos en castellano y descuidar la actuación de los actores. Lo dramático es absorbido por la lectura.
La reforma en una casa originariamente propiedad de una familia árabe en Jerusalén Oeste, expropiada en 1948 por el Estado israelí (sin indemnización y sin posibilidad legal de recuperación) en virtud de la Ley de Propietarios Ausentes, ante la huida forzada por sus legítimos propietarios, es la excusa para un desfile de personajes que van desde el arquitecto y el contratista (israelíes) a los obreros (naturalmente, palestinos), desde los dueños originarios (palestinos) a los sucesivos propietarios y sus vecinos (israelíes).
El texto final se pierde en cosas verdaderamente poco interesantes como las sucesivas particiones y detalles técnicos de la reforma. Al menos para un espectador, como es mi caso, que no piensa convertirse en maestro de obra. En ello incide también, la monotonía de los monólogos de los sucesivos propietarios israelíes de la casa. Todos ellos nacidos muy lejos del territorio de los actuales Estados de Israel y Palestina, y todos ellos empeñados en contarnos su vida antes de residenciarse en territorio israelí, en la que no alegan sufrir persecución o discriminación, y el cruel destino de sus antepasados como víctimas del holocausto.
El fin de la obra se sella con aplausos medidos del público con los que retribuye el esfuerzo de los actores y músicos pero que dan cuenta de distancia respecto del texto. Frialdad. Y algunos gritos de la clá, no se sabe si pagada o identificada, de “¡valiente! ¡valiente!”, incomprendidos por el público en general.
La película de 1980 fue censurada por la televisión israelí y que Amos Gitai se ha merecido la consideración de “crítico” por las instancias oficiales israelíes
No desconocemos que la película de 1980 fue censurada por la televisión israelí y que Amos Gitai se ha merecido la consideración de “crítico” por las instancias oficiales israelíes. Ello da idea más que del supuesto progresismo de Amos Gitai, de cuál es el momento, es un decir, democrático en ese Estado crecientemente teocrático y militarista, que es Israel. Por cierto, que ni uno sólo de los personajes israelíes cuestiona el carácter democrático del Estado, lo que sí hacen los palestinos, que son quienes sufren la ausencia de derechos y la arbitrariedad de la acción pública. Es difícil negar a Gitai la valentía por decir lo que muy pocos en Israel se atreven a decirle al Sr. Netanyahu y su cohorte de rabinos, ministros ultras y generales.
Pero también es inevitable, concluir que lo que dice Gitai es poco. Al menos en esta obra. Quizás sea porque hoy está descontextualizada al contarnos la historia de la expropiación de una casa, cuando en el último año y medio se han arrasado decenas de millares de viviendas en Gaza, se ha ocupado militarmente la mitad de la Franja y se ha asesinado a más de cincuenta mil seres humanos. Porque hablar de reconciliación, que es el discurso de Gitai, cuando se está ejecutando la muerte y planificando la expulsión masiva de los palestinos que puedan sobrevivir, es una frivolidad. Porque, como bien se expresa en la obra, ninguno de los personajes israelíes, alguno de los cuales se auto proclama orgullosamente sionista, está dispuesto a renunciar a la privilegiada situación de hecho que se han ganado por el uso de la fuerza y el terrorismo. Como quizás el propio Gitai.

En el actual contexto, cualitativamente agravado, la obra se presenta como un blanqueamiento de los crímenes contra la Humanidad de Israel
Las redundantes referencias al holocausto a estas alturas no son excusa para la creación del Estado israelí ni para la ocupación por judíos de un territorio que es propiedad de los palestinos. Hoy ya no se cuestiona la necesidad de dos Estados sino la inmoralidad de la creación del Estado israelí, porque solo se basa en la fuerza. Y desde luego nadie puede creer que el holocausto nazi pueda justificar que las nietos de las víctimas judías estén habilitados para hacer lo propio con los palestinos.
En el actual contexto, cualitativamente agravado, la obra se presenta como un blanqueamiento de los crímenes contra la Humanidad de Israel. Montar esta obra ignorando lo que está pasando es prácticamente un acto de complicidad.